¿Pluralizar la hegemonía o alimentar el conflicto?
Notas
sobre democracia agonista y mundo multipolar en el pensamiento de Chantal Mouffe


Pluralizing hegemony or fueling conflict?
Notes on Agonistic Democracy and Multipolar World in the thought of Chantal Mouffe

César Eduardo Santos

Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales
Universidad Veracruzana
[email protected]

Resumen: Este artículo analiza la idea de mundo multipolar en el pensamiento de Chantal Mouffe, señalando dos propuestas de multipolaridad en su obra: i) cómo la configuración de bloques regionales de poder y ii) cómo el establecimiento de democracias alternativas al modelo occidental. Se cuestionan ambas propuestas desde sus concreciones empíricas y se señala la contradicción existente entre los ideales mouffeanos de «pluralizar la hegemonía» y «pensar con Schmitt contra Schmitt». Además, el artículo muestra cómo esta crítica se inserta en otras objeciones que se han hecho al trabajo de Mouffe sobre populismo y democracia agonista.

Palabras clave: Chantal Mouffe, mundo multipolar, democracia agonista, populismo, liberalismo.

Abstract: This article analyzes the idea of a multipolar world in the thought of Chantal Mouffe, highlighting two proposals of multipolarity in her work: i) the configuration of regional power blocs and ii) the establishment of alternative democracies to the Western model. Both proposals are questioned based on their empirical manifestations, pointing out the contradiction between Mouffe’s ideals of “pluralizing hegemony” and “thinking with Schmitt against Schmitt.” Additionally, the article demonstrates how this critique fits into other objections raised against Mouffe’s work on populism and agonistic democracy.

Keywords: Chantal Mouffe, multipolar world, agonistic democracy, populism, liberalism.

Los discursos en torno al mundo multipolar —estrechamente ligados a los del Sur Global— han adquirido un carácter marcadamente ideológico. Más allá de describir realidades geopolíticas en ascenso y reconfiguraciones del orden internacional pos Guerra Fría, los promotores políticos e intelectuales de tales dos categorías han pretendido, a través de ellas, legitimar regímenes y modelos de gobernanza contrarios a los valores e instituciones de la democracia liberal.

Desde el conocido discurso de Vladimir Putin en la Conferencia de Seguridad de Múnich de 2008, hasta formulaciones teóricas recientes en el campo de las relaciones internacionales (véase, por ejemplo, Fortín, Heine y Ominami, 2021), la defensa del mundo multipolar ha asumido no solo el rechazo a la hegemonía occidental en el sistema-mundo, sino también el alineamiento con las agendas internacionales del Kremlin, el Partido Comunista Chino y otros actores que confrontan, expresamente, al así llamado mundo basado en reglas.

Las consecuencias prácticas de este enfoque, antes que emancipadoras o democratizadoras, como pretenden sus defensores, han devenido incluso en formas de activismo político comprometidas con regímenes no democráticos —so pretexto de disputar el dominio euroatlántico en la arena global, donde derechos políticos, civiles y sociales no están plenamente garantizados—. Piénsese en la proscripción de facto de la oposición en Rusia, la represión de las minorías musulmanas en Xinjiang o las violaciones a los derechos de las mujeres en Irán.

El presente ensayo busca, así, explorar las tensiones que existen entre el ideal supuestamente emancipador del mundo multipolar y sus consecuencias prácticas en cuanto potencial instrumento de legitimación de formas no democráticas de sociedad y gobierno. Para ello, someteremos a examen un aspecto poco estudiado en las críticas que se han hecho al pensamiento de Chantal Mouffe, quien ha sido una defensora abierta del enfoque multipolar en obras como En torno a la política, considerándolo el correlato internacional de la democracia agonista, según mostraremos en el desarrollo de este trabajo.

De contradicciones y sesgos

Populismo y democracia

La obra de Chantal Mouffe ha superado los linderos de la teoría para constituirse en varios casos como un manual de acción política. Individualmente o junto a Ernesto Laclau, las tesis mouffeanas sobre democracia radical y populismo de izquierdas no solo han respaldado explícitamente a proyectos y liderazgos concretos, sino que han servido como acta constitutiva de partidos políticos.

La pensadora belga ha desarrollado, ciertamente, un rol de intelectual público a lo largo de su trayectoria, expresando no solamente afinidades ideológicas con fenómenos como el chavismo, sino también asesorando en el terreno práctico a movimientos como La Francia Insumisa de Jean-Luc Melénchon, el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) en México y, eminentemente, a Podemos en España, del cual se ha convertido en ideóloga junto a personajes como Íñigo Errejón, Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero (Melo y Franzé, 2022).

Como es natural, la labor militante de Mouffe ha generado severas críticas hacia su obra, las cuales evidencian contradicciones prácticas entre el ideal de democracia agonística y las derivas antipluralistas del populismo de izquierdas. Desde la historia política y la política comparada, autores como Keane (2017) y Chaguaceda (2021) han evidenciado rupturas entre la aspiración democratizadora de la apuesta teórica de Mouffe y aquellas tendencias autocratizantes1 compartidas por los populismos de ambos polos del espectro ideológico.

De tal suerte que, además de revelar la inconsistencia de las tesis mouffeanas para la evaluación de casos históricos, Chaguaceda y Keane subrayan las afinidades antidemocráticas del fenómeno populista en cualquiera de sus expresiones. Por izquierda y por derecha, muestran nuestros autores, los populismos han incurrido en prácticas orientadas a la exclusión de las disidencias, la captura de instituciones y la concentración del poder en el líder carismático, todo lo cual contraviene al talante pluralista de la democracia radical, propiedad exclusiva —sugiere Mouffe— de la izquierda contemporánea.

Junto a estas consideraciones —y quizá como causa de ellas mismas—, los críticos han señalado ciertas limitaciones en la comprensión histórica de Mouffe respecto de las democracias liberales y el proceso de democratización en América Latina. Mientras que Keane (2017) reclama a la pensadora belga ignorar el origen preliberal de instituciones representativas —v. gr., el parlamento, además del uso anacrónico de categorías como «populismo antagónico» para referirse a la Revolución francesa—, Chaguaceda (2021) tilda de «generalización ahistórica» la afirmación mouffeana según la cual la democratización desde abajo de los Estados latinoamericanos no tuvo lugar sino hasta la ola populista de inicios de siglo. Como menciona nuestro autor:

Chantal Mouffe no solo simplifica tres procesos muy distintos entre sí (los de Bolivia, Ecuador y Venezuela), sino que además niega toda democratización de las sociedades latinoamericanas, previa a la más reciente «ola populista». Democratización que conjugó las movilizaciones de diversos sujetos en pro de más derechos y espacios de participación políticos, la creación de capacidades estatales y la neutralización de centros y grupos de poder antidemocráticos. (Chaguaceda, 2021, p. 374)

El remedo liberal

A las anteriores críticas, de carácter marcadamente histórico-práctico, podemos sumar algunas consideraciones teóricas esbozadas por el mismo John Keane (2017), concernientes a la estrecha concepción que Mouffe tiene del liberalismo. Este hecho es incluso reconocido por la filósofa cuando afirma:

Sin duda existen diversos liberalismos, algunos más progresistas que otros, pero, con algunas excepciones (Isaiah Berlin, Joseph Raz, John Gray, Michael Walzer entre otros), la tendencia dominante en el pensamiento liberal se caracteriza por un enfoque racionalista e individualista que impide reconocer la naturaleza de las identidades colectivas. (Mouffe, 2007, p. 17)

Como bien señala Keane (2017), la reducción de la democracia liberal a los enfoques deliberativo de inspiración habermasiana y «agregativo» de matriz, digamos, schumpeteriana, ignoran la complejidad que hoy han adquirido las repúblicas liberales de masas bajo la forma de «democracias monitorizadas», por un lado, y como síntesis histórica de diversas tradiciones políticas no excluyentes, por el otro. Ciertamente, además de reunir a una serie de instituciones, organismos de control, formas de participación y mecanismos de rendición de cuentas a través de los cuales los poderes instituidos son «monitoreados» en las democracias contemporáneas, el liberalismo, en cuanto proyecto político, involucra herencias varias que trascienden al mero ideal normativo de consenso y deliberación racional provisto por interpretaciones como las de Habermas y Arendt.

De igual forma, el liberalismo incorpora en su expresión actual tradiciones que, allende al republicanismo entendido, básicamente, como apertura de la esfera pública a la participación activa de ciudadanos libres e iguales, fueron asumidas en algún momento histórico como contrarias a su imaginario político. Entre ellas podemos señalar las demandas sociales incorporadas en el itinerario liberal tras el fallido experimento de la Monarquía de Julio y el triunfo colectivo de la Primavera de los Pueblos de 1848 (Rosenblatt, 2018), todas ellas cristalizadas en proyectos como el socioliberalismo de L.T. Hobbhouse (Freeden y Stears, 2013) o, incluso, en las socialdemocracias europeas de la posguerra (González Ulloa Aguirre y Ortiz Leroux, 2021).

Esta concepción parcializada de Mouffe también se refleja en dos de sus principales tesis respecto del liberalismo, a saber: que la tradición liberal ha desdeñado las identidades colectivas en favor de una suerte de «individualismo posesivo», como diría McPherson, y que el papel político de los afectos ha sido marginalizado frente a un proceso de racionalización supuestamente despolitizante. Como ya hemos dicho, sin embargo, la propia Mouffe reconoce a pensadores como Berlin y Walzer entre aquellos cuyas ideas no se pliegan a una visión restrictiva del liberalismo. Ambos autores han mostrado en algunas de sus obras que, para la tradición liberal, asumir las identidades colectivas de los individuos es una conditio sine qua non de la pluralidad originaria. Individuos formalmente iguales requieren distinguirse en su especificidad a través de múltiples identidades, como, por ejemplo, la identidad nacional (Walzer, 2022).

A diferencia de Mouffe, no obstante, dichos autores piensan que el carácter emancipador del liberalismo consiste en valorar a las personas individuales y diversas en cuanto tales, sin necesidad de someter a escrutinio sus filiaciones colectivas con el afán de otorgarles un lugar y un rol determinado dentro de la sociedad, a la manera de la organización estamental del Ancien Régime. En un célebre ensayo, Isaiah Berlin cuestiona incluso la perspectiva individualista del romanticismo, la cual empuja al sujeto hacia el solipsismo y lo despoja de toda conciencia de solidaridad, principio normativo de suma importancia para la conformación de la comunidad política liberal (Berlin, 1986).

En cuanto a los afectos, debemos reconocer que el liberalismo, deudor intelectual de la Ilustración, ha ponderado a la razón como primer principio de la actividad política. Las pasiones han sido entonces desplazadas por la tradición liberal como un vestigio premoderno del cual debemos librarnos para garantizar la armonía de las formaciones sociales. El contractualismo representa, en ese sentido, un esfuerzo por explicar, a través del consenso general que instituye al Estado, el tránsito del mito al logos, o, en otras palabras, de la barbarie a la civilización.

Ello no implica, sin embargo, que el rol político de los afectos haya sido eliminado de las consideraciones de todo pensador liberal. Entre las más recientes y sofisticadas teóricas del liberalismo se encuentra, sin lugar a duda, Martha Nussbaum, quien ha hecho particular énfasis en el rol de las emociones para la conformación de un proyecto político cosmopolita. Al igual que Walzer (2022), Nussbaum (2021) considera que aquellas forman parte ineludible de un proceso colectivo de identificación, motivo por el cual las identidades locales y nacionales fundadas en el afecto a los cercanos o hacia la propia tierra no deberían dejar de tomarse en cuenta en la construcción del «consenso por solapamiento», es decir, de un consenso global fundado en la tolerancia hacia toda doctrina comprehensiva sea esta religiosa o ideológica ajena a la propia.

Es evidente, pues, que esa supuesta mayoría de pensadores liberales ensimismados en la razón pura y el consenso deliberativo a los que Mouffe alude quedan lejos de nuestro alcance. Siguiendo a la filósofa francesa, el liberalismo, en sus fuentes intelectuales, quedaría reducido, quizá, a Kant y los herederos del uso público de la razón; a saber, Jürgen Habermas , Hannah Arendt2 y unos cuantos más. La tradición liberal, no obstante, abarca a una plétora de pensadores que no pueden sustraerse del desarrollo histórico del liberalismo en cuanto doctrina política e intelectual. Para atender a la visión mouffeana de este fenómeno habría que desdeñar los aportes que a lo largo de varios siglos han hecho los Hobbhouse, los Berlin, los Walzer entre otrosa la causa liberal.

Con lo hasta ahora desarrollado, notamos que Mouffe describe nada más que un remedo formalista de la auténtica complejidad histórica, política e intelectual del liberalismo. Junto a Chaguaceda (2021), creemos, por lo tanto, que

Aunque la impugnación a los déficits de la teoría populista de Mouffe podría realizarse sin más desde la teoría misma discutiendo junto a otros autores sus nociones de populismo de izquierda, democracia radical y soberanía popular, etcétera, me interesa aquí conectar la reflexión con procesos políticos reales, allende la abstracción y lo normativo. (p. 72)

Así pues, el resto de nuestro ensayo buscará evidenciar de nueva cuenta la accidentada relación que, en la obra de Chantal Mouffe, tienen las ideas y las realidades políticas, abonando con ello a la crítica histórico-práctica ya desglosada. A diferencia, no obstante, de los autores mencionados, nuestro énfasis se dirige a las consideraciones mouffeanas sobre el mundo multipolar, correlato en el plano internacional de la democracia radical ya criticada por Chaguaceda y Keane. Asimismo, estas consideraciones pondrán en juego las constantes tensiones y omisiones que existen en la obra de la filósofa belga entre la tradición político-intelectual del liberalismo y la concepción supuestamente más profunda de democracia agonista.

Democracia agonista y mundo multipolar

Podemos decir que democracia agonista y mundo multipolar son, para Chantal Mouffe, dos caras de la misma moneda, cuyas dimensiones se expresan, con matices, en dos obras fundamentales: En torno a lo político (2007) y en el ensayo Política agonística en un mundo multipolar (2010). Si bien el segundo parecería ser un corolario del primero, en este breve apartado haremos notar que en realidad contiene algunas aportaciones originales.

Aceptamos, por otro lado, que las consideraciones sobre democracia agonista no difieren sustancialmente la una de la otra en los textos mencionados, razón por la cual vale la pena comenzar describiendo dicha noción. Convengamos en decir que la propuesta agonista surge como alternativa a la socialdemocracia de «tercera vía» impulsada por Tony Blair y respaldada en el terreno intelectual por pensadores de la talla de Giddens en Reino Unido, hacia 1997. Tras la disolución de los socialismos realmente existentes en Europa del Este al finalizar la Guerra Fría, las izquierdas emergentes parecieron abrazar el consenso neoliberal difundido en el hemisferio occidental desde la segunda mitad de la década de los 80. Con ello, dice Mouffe (2007), proliferaron las agendas centroizquierdistas incapaces de cuestionar la hegemonía del mercado y los valores del capitalismo tardío.

Para Mouffe, esta suerte de derechización de la izquierda era la expresión evidente de la pospolítica, es decir, de aquella concepción que privilegiaba el consenso por sobre la disputa y el conflicto. La pospolítica implicaría, en consecuencia, aceptar el triunfo incontestable de la democracia liberal por todo el globo el fin de la historia, como diría Francis Fukuyama y, más aún, del neoliberalismo como modelo económico propio de la globalización. Ante semejante esterilidad de la izquierda por contender a las premisas pospolíticas del fin de la historia, Mouffe propone entonces una alternativa que, aunque democrática, se encuentra orientada a enfatizar la naturaleza adversarial de la política, abriendo la posibilidad de cuestionar los consensos globales entonces existentes y ofrecer, presumiblemente, auténticas alternativas contrahegemónicas al panorama político occidental.

Siendo así, la propuesta mouffeana de democracia radical se funda, considero, en cuatro supuestos básicos, de los cuales el más evidente es el ya mencionado respecto de la naturaleza adversarial de la política. El segundo también aludido en el apartado anterior refiere a la conformación de identidades colectivas no esencialistas. Esto es, a diferencia de los populismos derechistas entonces en ciernes, aglutinados en torno a consideraciones religiosas, étnicas o nacionalistas, una democracia agonista requiere, según nuestra autora, de formas de identificación política fundadas en una clara distinción entre izquierda y derecha al contrario de la pospolítica.

El tercer supuesto tiene que ver con el reconocimiento de lo que llamaremos «derecho a la lucha», es decir, la legitimidad que tanto izquierda como derecha tienen para reinterpretar los valores democráticos de igualdad y libertad, e instituir una nueva hegemonía con base en dicha reinterpretación, aunque asumiendo siempre tales valores como condiciones mínimas de la vida democrática. Por último, y estrechamente vinculada a la anterior, Mouffe señala como premisa de la democracia agonista la existencia de instituciones que «sublimen» (Mouffe, 2010) el conflicto, capaces de garantizar al mismo tiempo la pluralidad y la persistencia de la disputa democrática dentro de los linderos establecidos. De modo eminente, tales instituciones vendrían representadas por el parlamento y los partidos políticos (Mouffe, 2007).

Por motivos tales es que Mouffe (2007) declara «pensar con Schmitt contra Schmitt» (p. 21), es decir, aceptar el carácter irreductiblemente conflictivo y «partisano» de la política, pero sin incurrir en los excesos antipluralistas y exclusivistas de la propuesta schmittiana. Lo que propone Mouffe, por el contrario, es adoptar las instituciones liberales y ampliarlas, de modo que den la bienvenida a la democracia agonista y superen las reducciones de los modelos agregativo y deliberativo.

¿Cómo se articulan, pues, las consideraciones agonísticas de la democracia con el mundo multipolar? La respuesta a esta pregunta, según creo, debe atender primero la noción bipartita que Mouffe parece tener del multipolarismo. Por un lado, en En torno a lo político, la filósofa belga aboga por lo que denominaremos un modelo multipolar geopolítico. Es decir, una concepción del sistema-mundo en donde existan bloques de poder regionales que funjan como contrapeso a la potencia hegemónica, i.e. los Estados Unidos. Esta perspectiva requiere, según Mouffe (2007), de formas de integración económica y política, las cuales otorguen autonomía decisoria y organizativa a diversos espacios con afinidades geográficas y culturales.

A su vez, este modelo defiende la necesidad de una reforma del multilateralismo y de las instituciones de gobernanza global entonces existentes, por medio de las cuales las decisiones sobre asuntos de interés internacional tomen en cuenta la voz de países no hegemónicos en el sistema-mundo. Se trataría, pues, de «pluralizar la hegemonía» (p. 125) mediante canales legítimos de cooperación y diálogo internacional, y no tanto así de confrontar expresamente a Estados Unidos a la manera de un choque de civilizaciones.

Por otro lado, en Política agonística para un mundo multipolar, Mouffe parece describir un modelo al que denominaremos pluralista. Para este enfoque ya no basta con el multilateralismo y la articulación de bloques alternativos de poder, sino que reclama imaginar un «orden mundial pluralista en el que coexistan varias unidades regionales grandes y en el que una pluralidad de formas de democracia sea considerada legítima» (Mouffe, 2010, p. 18). En consecuencia, esta noción de multipolarismo obliga a aceptar el «hecho de que la democracia liberal es un modelo más de democracia entre otras, [lo cual] podría crear las bases de una coexistencia agonística entre diferentes polos regionales con sus instituciones específicas» (Mouffe, 2010, p. 19).

Pese a sus diferencias y el carácter más radical de la segunda formulación, ambos modelos de multipolarismo siguen las mismas consideraciones que la propuesta de democracia agonista. Es decir, el mundo multipolar es una alternativa al fin de la historia y el triunfo de la pospolítica. De forma tal, Mouffe rechaza la preponderancia de un mundo unipolar o más aún, despolarizado en el que el modelo euroatlántico de democracia liberal sea la única alternativa y respecto del cual no pueda disputarse interpretación alguna sobre los valores de libertad e igualdad.

¿El retorno a Schmitt?

Los modelos geopolítico y pluralista de mundo multipolar propuestos por Mouffe parecen contradecir, a nivel teórico y práctico, algunos de las premisas elementales de la democracia agonista y, aún más, de la necesidad de «pensar con Schmitt contra Schmitt». A nivel práctico, los hechos muestran que, la articulación de espacios multilaterales alternativos a las instituciones liberales de gobernanza internacional, no buscan una sana y necesaria coexistencia entre la hegemonía euroatlántica y las potencias emergentes, sino formas de confrontación que otorguen preponderancia a alguno de los polos en disputa.

La consigna de pluralizar la hegemonía, de acuerdo con la perspectiva estratégica de países como Rusia y China, adquiere un carácter conflictual no así agonista que busca disputar el protagonismo de Estados Unidos en el sistema global. Esta perspectiva implica sustituir las instituciones del orden liberal internacional por otras que mermen las capacidades de influencia geopolítica y geoeconómica occidentales, integrando a un número creciente de países bajo la esfera de influencia sino-rusa.

Organismos como los BRICS y el Nuevo Banco de Desarrollo, la Iniciativa de la Franja y la Ruta, la Comunidad Económica Euroasiática, entre otros, aspiran a este cometido por distintos medios, todos los cuales implican la progresiva desdolarización del sistema financiero a través del aumento de transacciones internacionales en yuanes y rublos, así como el afianzamiento de relaciones diplomáticas y comerciales con países del Sur Global gracias a promesas de inversión, préstamos y cooperación militar. La visión del orden liberal internacional de Rusia y China no es, por lo tanto, una visión amigable. Los líderes de ambos países, Xi Jinping y Vladimir Putin, han expresado con insistencia su deseo por modificar ese orden debido a que no se ajusta con sus propios intereses estratégicos (véanse, por ejemplo, Radin y Reach, 2017 y McGregor, 2023 ).

Como muestran los hechos, la confrontación del orden liberal internacional no se reduce, para China y Rusia, a la articulación de un multilateralismo alternativo. Sino que se acerca, cada vez más, al enfrentamiento militar y, en ese sentido, al choque de civilizaciones que Mouffe buscaba evitar con la idea de mundo multipolar. La invasión de Rusia a Ucrania es quizá la prueba más contundente de las motivaciones antioccidentales de Putin y su aversión hacia los valores que el orden liberal internacional ha promovido desde la posguerra: democracia, derechos humanos y libre mercado.3

Si bien China ha sido un notable beneficiario de la institucionalidad internacional del liberalismo (Melero Escamilla, 2023) hecho que ha atemperado sus afanes expansionistas, así como el apoyo militar a Putin en el contexto de la invasión a Ucrania, la escalada del conflicto con Estados Unidos es también evidente. Los ejercicios militares en el estrecho de Taiwán y las recientes tensiones con Filipinas por el control del banco de arena de Ayungin, muestran, por un lado, el desdén chino por los aliados norteamericanos en el Asia-Pacífico lo cual invoca una actitud clara y conscientemente beligerante; y, por otra parte, desdice la idea de Mouffe (2007) según la cual la conformación de polos regionales de poder, amparados en identidades culturales afines, lograría mantener la paz y estabilidad globales.

Ahora bien, la concepción mouffeana de mundo multipolar como proliferación de distintos modelos de democracia, allende a la democracia liberal, es en sí misma contradictoria. Si para Mouffe lo esencial de la política democrática es el reconocimiento de la pluralidad y la posibilidad de disenso entre identidades colectivas enfrentadas, entonces los valores e instituciones liberales –como ella misma reconoce– son sus condiciones mínimas, o, siguiendo a Bovero (2020), sus «precondiciones» necesarias e indiscutibles.

Es falso, por lo tanto, que los valores de igualdad y libertad sean políticos, es decir, que su significado pueda ser sometido a discusión. Libertad individual e igualdad jurídica son el sostén mismo de la pluralidad. Sin la interpretación liberal de estos principios caeríamos en falacias antidemocráticas como las de los experimentos totalitarios, donde una noción soberanista de la libertad e igualdad terminaría por subsumir al pluralismo democrático en favor de la muy abstracta e inasible voluntad general. De igual forma, sin instituciones liberales como el parlamento o los partidos políticos, el conflicto sublimado degrada en franca y violenta confrontación, en lo que conviene la propia Mouffe (2007).

Aceptar que existen democracias-otras, desapegadas de los preceptos elementales de liberalismo, es aceptar la exclusión y el antipluralismo. Es, en una frase, pensar con Schmitt y solo con Schmitt, asumir la dictadura soberana de una voluntad única encarnada en el líder y concebir a la nación como espacio de los iguales y no así de los distintos. Es, contrario a lo propuesto por Mouffe, ver en el conflicto la posibilidad de exterminar al adversario, ya no de escucharlo y disputar sus ideas. En la actualidad, supuestos modelos alternativos de democracia como los de China y Rusia confirman nuestras sospechas, enalteciendo, a expensas de Mouffe, la superioridad práctica de la democracia liberal como espacio predilecto del pluralismo.

Referencias

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1 Crítica que también desarrolla Emilio de Ípola respecto de la obra conjunta de Mouffe y Laclau:

En Hegemonía y estrategia socialista, el punto de llegada de las luchas populares con vocación hegemónica asumía la forma de lo que Laclau y Mouffe denominaban democracia radical, pero en La razón populista parecen plantearse, si bien con precauciones, los primeros axiomas de una lógica que anula progresivamente las formas y contenidos democráticos en aras de un autoritarismo unipersonal en el que soolo rige la voluntad del Líder. No es esto, sin duda, lo que Laclau se propone sustentar. Es la lógica inherente al populismo la que lleva a esa conclusión. (de Ípola, 2009, p. 220)

2 Si bien Mouffe no cataloga a Arendt como una pensadora estrictamente liberal, sí la considera parte de aquella visión deliberativa a la que la propuesta mouffeana critica. Por otro lado, obras recientes se han empeñado por mantener a Arendt dentro de la categoría de «intelectuales liberales de la Guerra Fría» (Moyn, 2023). Desde nuestra perspectiva, la pensadora alemana guarda una relación compleja con la tradición liberal, reconociendo algunos de sus aportes históricos y entrando en tensión con otros, tales como las instituciones representativas (véase, por ejemplo, Sobre la revolución).

3 No me refiero con esto a que el proyecto de Putin sea anticapitalista, sino a las consecuencias de la reorganización de bloques geopolíticos y de la guerra en Ucrania para el comercio global. Tras el inicio de la invasión se han interrumpido importantes cadenas globales de suministro. Piénsese, por ejemplo, en la distribución de gas ruso hacia Europa o en los granos ucranianos, cuyo abastecimiento hasta Asia y África ha quedado suspendido debido al bloqueo naval de las costas ucranianas del Mar Negro.