Presentación

La narrativa histórica y sus repercusiones en la libertad y el derecho

Afirmaba Moris Polanco —director editorial de esta revista— en su presentación al número anterior, que el tema del bicentenario de la Independencia de las Provincias Unidas del Centro de América dio pie para que nos formuláramos sugerentes preguntas: «¿cuál es la historia que nos contamos a nosotros mismos, qué nos define frente al mundo? En suma, la reflexión sobre la libertad e independencia nos ha llevado como de la mano a preguntarnos quiénes somos».

A esta inquietud responde el conjunto de trabajos que tenemos el gusto de ofrecer al lector en este número. El momento es oportuno, pues América Latina vive hoy un período de cambios políticos profundos. Por eso nos hemos enfocado en estudiar el modo en que el relato histórico influye en nuestro derecho y en nuestra visión de la libertad y detenernos en reflexionar sobre lo que somos, sobre nuestra historia y nuestros valores. Cuando se presencia, no solo en Latinoamérica, el intento de abandonar los valores y los principios jurídicos que hasta hoy sostienen nuestra civilización, se hace necesario estudiar el pasado para percibir cómo la narrativa histórica ha condicionado nuestros valores y la percepción que tenemos de nosotros mismos.

La historia, como se ha afirmado en multitud de textos, no es solo el relato objetivo de lo acontecido, sino también un arma política de primera importancia. De la forma en que presentemos lo sucedido anteriormente dependerá, sin duda, la evaluación de nuestro presente y el futuro que podamos entrever y tratar de crear a través de nuestros proyectos. La historia se escribe desde el presente, desde nuestras preocupaciones, ideas y dificultades, y extiende su influencia hacia el tiempo venidero, pues define los problemas que nos planteamos y que entonces intentamos resolver.

Pero la narrativa histórica, como es obvio, está construida por nosotros mismos y tiene siempre un residuo de subjetividad que ninguna técnica o método es capaz de eliminar. Es, en ese sentido, como una fotografía: puede mostrar la realidad tal como fue, objetivamente, pero siempre lo hará desde un punto de vista determinado, desde una posición dada. El enfoque, por lo tanto, determinará el ángulo y la perspectiva con que se relaten los hechos, así como el modo de presentarlos e interpretarlos. Y ese enfoque dependerá de nuestros valores y nuestras ideas, de nuestra percepción de los demás y de nosotros mismos.

No es este, sin embargo, el mayor problema que debemos enfrentar. La narrativa histórica puede ser utilizada, más abiertamente, como una poderosa herramienta ideológica: casi invisible pero, por eso, mucho más efectiva. De este modo se defenderán, atacarán u omitirán hechos y personajes, sistemas políticos y estructuras sociales, para influir decisivamente en la marcha del presente. Desactivar estas trampas ideológicas y repasar lo acontecido desde un ángulo más equilibrado y académico es, por lo tanto, una tarea que se impone a quien quiera responderse a las preguntas que nos hacemos sobre nuestra identidad.

Como se puede apreciar, el campo de nuestras reflexiones es amplio y complejo. Abarca desde el pasado más lejano hasta los sucesos contemporáneos; se dilata para explorar no solo el terreno de lo político sino también lo cultural, lo religioso y lo filosófico. Los trabajos que incluimos en este número de Fe y Libertad dan testimonio de esta necesaria variedad que amplía nuestro horizonte y enriquece la necesaria discusión de ideas.

Comencemos por el artículo más distante de nuestro presente, el de José Carlos Martín de la Hoz, de la Academia de Historia Eclesiástica: «Bartolomé de las Casas: historia y profecía». El autor aborda la vida, el pensamiento y la decisiva influencia que tuvo el eclesiástico en los tiempos turbulentos de la conquista, cuando el mundo europeo todavía se encontraba algo perplejo ante la existencia de esos seres —los aborígenes— que aparecieron de pronto en la escena. Martín de la Hoz realiza una exploración equilibrada sobre el tema, pues destaca el importante papel de Las Casas en relación al tratamiento de los indígenas en el Nuevo Mundo.

El historiador del arte Johann Melchor Toledo nos ofrece «Unidos en la fe. Cofradías, hermandades y guachivales en Guatemala, 1767-1810», un aporte a la comprensión de la religiosidad en tiempos de lo que llamamos la colonia. Se trata de un recuento exhaustivo y bien documentado que pone de relieve el papel del fervor religioso —aún presente— en la integración social y cultural de Hispanoamérica y especialmente en Guatemala.

Dos trabajos exploran la compleja época de nuestras independencias; se detienen en el crucial tema de lo constitucional, tan importante en este siglo XXI en que presenciamos vanos intentos de cambiar la realidad social mediante textos legales. El historiador argentino Alejandro Gómez, experto en la vida de José Cecilio del Valle, nos entrega «La impronta de Cádiz en la Capitanía General de Guatemala»: un sólido ensayo en el que confronta los ideales de un liberalismo naciente con las limitaciones y posibilidades reales que tenían los hombres de la independencia para adoptar nuevas formas políticas. De este período, y en la misma línea, se ocupa Juan Pablo Gramajo Castro, de la Universidad Francisco Marroquín, quien, en «Ciudadanía en la época independentista y en la historia constitucional de Guatemala» analiza en profundidad el tema de los derechos ciudadanos en los procesos electorales que comenzaron a efectuarse en esos tiempos. La Constitución de Cádiz, de 1812, aparece como referente obligado para estos dos interesantes análisis.

Sobre las independencias de las naciones de América Latina existe ya, por fortuna, una amplia bibliografía. Pero el tratamiento del tema, sobre todo en el siglo XIX, se ha hecho generalmente para justificar la emergencia de estados nacionales, desde una óptica que omite importantes preguntas: ¿era, cada uno de los estados que emergieron a comienzos de ese siglo, una verdadera nación, separada y diferente de las otras?, ¿de qué elementos coyunturales dependió, en aquellos momentos, que se conformaran como de hecho lo hicieron? Se dedica a repasar la bibliografía que se ocupa de este decisivo problema el autor David Jaime Hernández Gutiérrez, quien en «De narrativa a narrativas: los procesos de independencia hispanoamericanos» revisa las llamadas historias oficiales y las alternativas que trabajos más recientes han ofrecido al respecto.

El papel de la mujer en la cultura y el arte, pero también en la política, es abordado por Guillermina Herrera Peña —de la Academia Guatemalteca de la Lengua— con su artículo «Aportes femeninos a la sociedad guatemalteca del siglo XIX: la “gallardía heroica” de Lola Montenegro», en el que se hace un interesante recuento de la vida y la obra de esa poetisa tan poco estudiada, lamentablemente.

En mi artículo «La tergiversación de la narrativa histórica en Guatemala. Cómo se creó una historia oficial favorable a la guerrilla», repaso los documentos y los hechos que llevaron a que, en América Latina, se fuera creando una narrativa que justifica el pasado guerrillero y otras tentativas violentas del marxismo. Esa narrativa ha tratado de negar los avances que nuestros pueblos han realizado y proponer una «refundación» de la patria mediante la promulgación de nuevas constituciones. Lo grave es que tales iniciativas no ponen límites al ejercicio arbitrario del poder ni resguardan las libertades individuales a la vida, la libertad y la propiedad privada.

Dejo para el final el recuento de dos trabajos de índole más general que resultan un complemento adecuado para los artículos más históricos a los que acabo de referirme. Se encuentra, por un lado, el de David Orrego, «Del lenguaje y la narrativa del tercer mundo en Latinoamérica», que explora teóricamente el modo en que el lenguaje se incorpora y da forma a las narrativas, implicando cargas de valor que pueden pasar desapercibidas. Por el otro, se encuentra el del filósofo Gabriel J. Zanotti, «El liberalismo católico», donde analiza brillantemente la importancia de los profundos mensajes con los que el papa emérito Benedicto XVI ha influido en el pensamiento contemporáneo de la Iglesia, no solo en el plano teológico, sino también en cuanto a las implicaciones sobre su papel en los cambios políticos y sociales.

Creo que el lector, en vista de la variedad y alcance de los artículos que incorporamos en este número, tiene la oportunidad de reflexionar sobre temas que, aunque en apariencia se remiten a lo histórico o lo filosófico, repercuten directamente en la comprensión del complejo y conflictivo mundo en el que nos ha tocado vivir.

Carlos Sabino

Editor invitado

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