Del lenguaje y la narrativa del tercer mundo
en Latinoamérica


Of the language and narrative of the third world in Latin America

David Orrego

Universidad Francisco Marroquín

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Resumen: El lenguaje es una institución social que caracteriza a cada nación en su propia constitución interna de ver y entender su propia existencia con relación a los demás. La unidad de análisis es el individuo, y su consciencia de su ser dentro de una realidad objetiva y concreta se desarrolla en la medida que sea más o menos consciente de su valor como sujeto en una sociedad a través del lenguaje. El criterio propio que ejerza ante la dominación e interferencia positiva y negativa será crucial para vivir en una sociedad de personas libres y responsables. Su experiencia es lo que determina la sensibilidad de vivir sus sueños, de entender que existe como un ser bajo un propósito, y que la sociedad en la que se desarrolla no debe ser más que el detonante de su propia autorrealización. Sin embargo, los sofistas contemporáneos han impedido que el individuo piense de manera autónoma, y, por lo tanto, a través de la corrupción y adulación del lenguaje, se ha creado una república de palabras y no de personas.

Palabras clave: lenguaje, libertad individual, narrativas sociales, progreso, tercer mundo, humanismo.

Abstract: Language is a social institution that characterizes each nation in its own internal constitution of seeing and understanding its own existence in relation to others. The unit of analysis is the individual, and his awareness of his being within an objective and concrete reality develops to the extent that he is more or less aware of his value as a subject in society through language. The own criteria that you exercise in the face of positive and negative domination and interference will be crucial to living in a society of free and responsible people. His experience is what determines the sensitivity of living his dreams, of understanding that he exists as a being with a purpose, and that the society in which he develops should only be the trigger for his own self-realization. However, contemporary sophists have prevented the individual from thinking autonomously, and therefore, through the corruption and flattery of language, a Republic of words and not people have been created.

Keywords: emancipation, enlightenment, Bourbon reforms, creoles, colonial society.

Introducción

El lenguaje ha construido narrativas sociales que han movido a las naciones a escribir una historia distópica de lo que realmente aparenta. La verdad objetiva de muchos hechos se esconde detrás de la manera en que contamos la historia, y contarla determinará cómo viviremos frente a ciertas situaciones que, lejos de ser reales, fueron distorsionadas por aquellos que aprendieron a adular con las palabras en sus discursos sociopolíticos.

Así, mencionó a una serie de autores que aportaron elementos claves para entender la dimensión del lenguaje y cómo en su análisis nos hemos convencido de que su impacto puede empujar a la humanidad hacia el progreso o enterrarla en círculos viciosos que atentan contra la libertad individual del hombre. Destaco también a los que corrompen el lenguaje y construyen tales círculos a través de la buena conjugación de las palabras. Sofistas, según Platón, sabían muy bien adular, de acuerdo con Sócrates.

Por este motivo, mi exposición atacará constantemente términos claves que construyen el concepto del lenguaje para entender cómo la narración de nuestra historia alrededor del tercer mundo se ha convertido en uno de los ejemplos de una realidad social inventada. Las consecuencias han ido más allá de vernos inferiormente con relación a otras culturas, sino también hemos buscado solucionarlo a través de mecanismos que solo refuerzan esta tesis: quien sea más o menos consciente de su criterio con relación a lo que escribe y dice, será quien determine el futuro de los demás.

Ejemplo de ello es la narrativa de los juristas por escribir una historia apegada en la cantidad de las leyes y constituciones que imprimen los países de Latinoamérica para prometer el progreso. Este precedente, por lo tanto, es una respuesta a la polarización del lenguaje político que se ha dividido entre ideologías de «derechas e izquierdas» que lejos de ser ideologías, ha sido otro ejemplo de narrativa lingüística que ha dividido nuestras sociedades.

Construir lenguaje es un verbo que por sí solo puede servir para fines buenos o malos contra nuestra libertad. Además de exponer sus amenazas y sus autores materiales, también construyo una propuesta centrada en la promoción de un lenguaje humanista, relacionado al humanismo, como movimiento filosófico intelectual que busca cultivar aquellas capacidades humanas que harán que el individuo se sienta realizado en la medida en que sea consciente de su ser.

El lenguaje humanista, por lo tanto, será su defensa contra la corrupción de las palabrerías y le dará un criterio propio por desmarcarse de aquellas narraciones que atenten contra su progreso individual. De conocer también quiénes son sofistas, aduladores y prometedores del verdadero progreso que solo puede conseguirse llegando al poder y escribiendo una nueva constitución.

No obstante, mi propuesta es un recuerdo de lo que fue el hombre cuando el apogeo del humanismo estaba en su mayor lumbre. Un recuerdo que contrastó con los nuevos movimientos colectivistas que, poco a poco, diluyen la imagen de la libertad individual en nuestras sociedades y que sirve como un atento recordatorio de que estamos viviendo una nueva narración histórica.

Del origen del lenguaje y el uso del sofismo

Dante Alighieri decía que el lenguaje se originó porque alguien requería una respuesta, o en el caso contrario, alguien postulaba una pregunta. La causa y el efecto es el esfuerzo del lenguaje por comunicar una cosa y la otra (Grassi, 1978). Por otro lado, George Orwell (2017) escribió que el lenguaje no es un mero medio para comunicar nuestras intenciones, sino que también es el fruto de un desarrollo constante y general, un esfuerzo por describir lo que sentimos a través de palabras, aunque muchas de las razones detrás de nuestras preferencias y aversiones no podrán encontrar palabras exactas algunas que lo transmitan.

El lenguaje puede entonces transformar al hombre en un simple objeto de interés quitándole e ignorando su dignidad humana. La amenaza es aberrante cuando el telón entre lo que es verdad y real se desconoce y confunde entre lo que dicen aquellos que bien entienden el valor de comunicar. Para ello debemos entender cómo funciona la lógica, que mucho tiene que ver en el entendimiento de la dimensión de la palabra y del lenguaje.

Ernesto Grassi (1978) decía que la lógica se compone de tres elementos racionales: concepto, definición e inferencia racional. El concepto debe limitar la naturaleza misma de aquel fenómeno que se busca entender, incluso si este fenómeno representa una multiplicidad de situaciones. Así la definición comenzaría con el ejercicio deductivo de entender esa multiplicidad de unidades una por una y marcar diferencias entre ellas para que, por último, comprender esas distinciones entre sí marquen ese proceso de inferencia racional. Y, aunque lo que escribía Grassi lo hizo en el contexto de definir por qué el discurso retórico no puede ser lenguaje científico, en este análisis se colaciona con aquella naturaleza que el hombre aprehende en su proceso de comunicación.

El proceso de comunicar sucede bajo este proceso lógico, y se eleva también a las ciencias políticas; ciencia que advierte y enseña la manera de gobernar y definir el monopolio de la fuerza entre adversidades internacionales. Grassi (1978) cita a Latini, quien escribe que la forma en cómo este control y gobierno se logran, sucede solo a través de dos fuerzas indiscutibles: obras y palabras. Es decir, el político no logrará convencer al pueblo sobre la perfección de su gobierno si no lo hace con obras públicas, o en el peor de los casos, a través de sus discursos proselitistas; y cuando esto último ocurre antes que lo primero, entonces habremos conocido a los sofistas.

Cuando Friedrich Nietzsche escribía que la época de los sofistas es, de hecho, nuestra época (Pieper, 2000), no era más que esa alusión irónica hacia el modelaje retórico que interpretaban los sofistas en la época dorada griega y que aún se sigue percibiendo en la actualidad; citar a Nietzsche es esa forma objetiva y concreta de dimensionar cómo el lenguaje ha sido un tema de análisis de antaño y no contemporáneo, y no porque apoye o esté de acuerdo con Nietzsche sobre lo que piensa de los sofistas.

Lo que pienso de los sofistas será abordado desde la postura de Platón: son entonces la actuación de lo que parece perfecto en la palabra. Su retórica y dialéctica son formidables, y cualquiera puede confundirlos como sabios pensadores, maestros del lenguaje o incluso llamarlos, como Hegel lo hizo, «gente muy culta» (Pieper, 2000). De estos sofistas podemos citar a todo aquel que ha visto en su intelectualidad la apariencia cercana a ser el mesías esperado para salvarnos del discurso incorrecto. Maquillan las palabras con ritmo y armonía para entenderlo fácil y que no sepa a una experiencia de mal gusto. Nos darán las respuestas a nuestras preguntas y preguntaremos el por qué no parece ser una opción.

Pieper afirma que la objeción de Platón a este tipo de personalidades es que su discurso perfecto se reduce a empeñar a la palabra de manera corruptible. Por lo tanto, aquel significado honesto de las palabras diluye su total dignidad, y comprenderlo, en consecuencia, es un ejercicio aberrante. Nadie seguirá a aquel político que predique que su primer objetivo en gobierno será robar, pero todos creemos en aquel político que nos promete que su primer objetivo en gobierno será dar y repartir entre los más marginados. Se pierde la dignidad en el oficio y en la palabra (Pieper, 2000).

¿Y qué dignidad tiene la palabra de la que habla Pieper? Dos valores se ejemplifican en su obra Abuso de poder, Abuso de lenguaje; el primero es que todo aquello que emana del lenguaje, patentiza la realidad. Nada existe en nuestro consciente real sino hasta que se siente y vive a través del lenguaje; el mismo que se expresa de distintas formas (Pieper, 2000).

No podemos vivir en la realidad del dolor ni la felicidad si no lo expresamos primero a través de lo corporal o gramatical. El receptor no lo entendería como real si no ve lo primero o lo segundo. El segundo valor se describe como comunicativo. ¿Qué es la palabra sino el medio para existir en el lenguaje recíproco? No habría forma de comunicar las emociones y las necesidades de nuestros pares si no se expresa antes por el lenguaje. Nunca se sabría que el emisor vive de emociones tristes y felices si no se lo comunica primero al receptor y viceversa.

La corrupción de los sofistas sucede entonces cuando se utiliza la palabra para tergiversar la realidad y desenfrenar el lenguaje del criterio para construir una realidad distinta. Una vez que los sofistas de nuestro siglo entienden de los alcances que tiene la palabra, empiezan a usarla (en palabras de Sócrates) con adulación.

¿Qué significa esto? Cuando las personas saben moldear las palabras a gusto de quien las oye, saben que las dicen en el discurso que el oyente está acostumbrado a escuchar o lo que está también acostumbrado a aceptar; entonces el sofista empieza ejercer un poder a través de su locución. No es algo como la persuasión, porque lo que se dice no es indirecto, sino cierto. La adulación ocurre cuando el sujeto espera lograr que, a través del lenguaje que ejerza, el oyente ceda ante sus favores y se entregue a cumplirlos sin negación.

Cualquiera que pueda moldear la lógica de la realidad y corromper la palabra, tendrá el poder de entrañar el discurso a su gusto. De ahí que los conceptos de «significado» y «comprensión» sean indispensables para repeler una narración incorrecta de la realidad y recuperar la dignidad del hombre perdida en la narración del lenguaje.

Tales conceptos los describe Moris Polanco en el Humanismo Italiano, los cuales pueden definir las latitudes del desarrollo de una cultura y una sociedad. Y no digo que los medios de producción y la forma en cómo estos se utilizan para la generación de capital no inciden en el desarrollo de una sociedad, pero, así como la pirámide de Maslow, tal cual es un tema que debe agotarse después de entender cómo se define el significado y la comprensión del lenguaje que origina la voluntad de las personas por crear relaciones recíprocas en una sociedad (Polanco, 2022).

Inspirado en el pensamiento de Baltasar Gracián, Polanco describe que este rechaza esa idea de que hablemos de una realidad auténtica y objetiva; no existe tal cosa sin que interfieran de por medio las experiencias y perspectivas del individuo. Esta experiencia y perspectiva pueden denotarse en la manera en que cada individuo define y comprende el lenguaje (Polanco, 2022). No hay nada más corruptible que aquel discurso que interioriza que el «pobre es pobre porque quiere» o aquel que dice que «el rico se hace rico a costa de los pobres», porque ambos discursos son indiferentes y corruptibles en la palabra y por lo tanto daña el significado y la comprensión del lenguaje y tergiversan la realidad.

Visto también desde el poder político, el lenguaje es capaz no solo de controlar nuestras emociones y pensamientos de forma negativa (ausencia de), sino que también de forma positiva (presencia de); así Orwell (2017) pensaba al escribir que el poder que corrompe el lenguaje no solo delimita aquello que no podemos expresar sino también que nos impone lo que debemos pensar, lo que crea un adoctrinamiento que busca gobernar nuestra vida emocional al mismo tiempo que redacta un código de conducta. El resultado es que terminamos viviendo en un mundo artificial donde nuestros criterios carecen de sustento propio para discernir entre lo que es bueno o malo.

Narrativa del tercer mundo

Es así como el valor de la palabra construye ese lenguaje que al final formaliza la identidad cultural de las personas en una sociedad. Ejemplo de ello es etiquetar a ciertos países con el concepto controvertido de «tercer mundo», como sinónimo de “países pobres”; así como enmarcar a otros como del «primer mundo», utilizado como sinónimo de «países ricos». Aunque el concepto se origina en el contexto de la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría para distinguir a los dos grandes polos bélicos contrapuestos, llamaron «tercer mundo» a aquellos que no formaron parte de alguna de las naciones confrontadas.

El tiempo nos llevó a narrar otra historia, que, hasta el presente, sigue formando la identidad de nuestras naciones. El tercer mundo terminó convirtiéndose en un prejuicio que, con el tiempo, se convirtió en una marca país. ¿En qué consiste? Se remarcan las grietas sociales que han surgido por razones ajenas a este escrito; destacan diferencias contra el primer mundo como la pobreza, niveles de desarrollo económico, formas de gobierno, e incluso el idioma que hablamos.

El primer mundo acaparó el nombre de unos pocos países que pocas diferencias tienen con aquellos que llaman del tercero en Latinoamérica. Por ejemplo, según el último Informe de Desarrollo Humano 2021/2022 del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), Panamá, Uruguay, Chile, y Costa Rica tienen un desarrollo humano muy alto, mientras que República Dominicana, Perú, México, Colombia, Ecuador, Paraguay, y Brasil tienen un desarrollo humano alto. Todos estos países comparten el top 100 con países como Suiza, Alemania, Reino Unido, Japón, Estados Unidos, entre otros países llamados primermundistas (PNUD, 2022).

Por lo tanto, la diferenciación resulta ser una percepción social de cómo aquellos considerados del primer mundo son mejores en todos los aspectos sobre el tercero. Lo cierto es que tales connotaciones son construcciones narrativas y no estudios sociales y políticos garantizados por evidencia científica. Somos «tercer mundo» porque eso hemos construido como significado en el lenguaje a través de generaciones que no podrían comprender lo contrario.

Esto nos dice que el lenguaje, según el pensamiento de Guillermina Herrera, puede construir una realidad social a través de constructos discursivos. El ejemplo que ahora cito es de Guatemala, donde casi el 50 % de su población se compone de pueblos indígenas, mismos que tienen alrededor de 24 idiomas (22 idiomas mayas, un idioma xinca y otro garífuna); sin embargo, el idioma oficial sigue siendo el español.

A pesar de este contraste cultural y lingüístico, Guillermina expone que Guatemala siempre supo que su desarrollo debía moverse en una homogeneidad cultural; en otras palabras, eran los indígenas quienes debían hablar español y seguir los «valores occidentales» para permitirse ver en ese empuje de progreso. Pero muchos años han pasado, y un par de siglos también, y el sincretismo poco se ha extendido más allá de la religión.

El léxico sigue confrontando tal homogeneidad y se ha visto en los últimos años con expresiones como «violaciones de la guerra interna», «discriminación indígena», «pluralismo jurídico», entre otras. En temas nacionales, nunca se ha escuchado a un indígena decir que es de origen guatemalteco; procede primero a presentarse con su etnia cultural, luego su pueblo de origen y, si la ocasión lo permite, la nacionalidad será siempre la última instancia.

Este lenguaje en latitudes culturales ha deformado el tipo de desarrollo que se busca alcanzar en Guatemala; ha creado traumas posguerrilla, bloqueando consensos económicos, sociales y políticos; se ha interpuesto como una antítesis en el tiempo contra la tesis del gobierno liderado siempre por ladinos. No obstante, a pesar de que el pueblo indígena en Guatemala sigue representando un porcentaje alto demográfico, nunca se ha visto un liderazgo fuerte indígena que pueda gobernar, precisamente porque no es un solo pueblo, sino más de 22 entre los cuales aún menos consenso y más discriminación hay, pero ese análisis debe abordarse en otro escrito.

El 2023 es año electoral en Guatemala, y estoy seguro de que el lenguaje político enfrentará disonancias que acarreará a multitudes a las urnas para votar por el «menos peor» para que sea el gran elegido para traernos el anhelado progreso. Otra vez el lenguaje demostrará que todo se trata de criterio propio, donde muchos se dejarán manipular por una realidad social ajena a la que viven y otros agudizarán aquella percepción que entienden por progreso y se enfrentarán al yugo de la propaganda política. No obstante, todo sucede desde el pensamiento y la realización personal.

Por otro lado, en años electorales es cuando más escucho la famosa frase «el que no conoce su historia, está condenado a repetirla», pero no es de conocerla para no repetirla, es que el lenguaje moldea el pensamiento que, por consiguiente, crea instituciones internas al nivel social y cultural. Sucede porque nuestras historias se narran con imitación bajo tradiciones lineales en el tiempo; lo vivimos porque lo imitamos, y lo imitamos por tradición.

Asimismo, según Orwell (2017), existe una decadencia en el lenguaje, y esto no se debe a razones naturales del territorio en el que se nace sino por causas económicas y políticas de cada sociedad; a la vez que su efecto puede también tornarse en causa y reforzar también a la causa original, intensificando su degradación hasta la saciedad. Una vez que dejamos que la esfera política y económica interfiera en cómo nos comunicamos, esta se vuelve gradual en el tiempo, olvidando que el efecto, con el tiempo también se convierte en su propia causa.

Revertir los problemas requiere de criterio propio y mejor educación, pero ya no hay criterio propio ni mejor educación porque precisamente existe una ausencia de esta. Este círculo vicioso condena a nuestras naciones a seguir creyendo que somos del tercer mundo porque somos pobres, pero somos pobres porque seguimos creyendo que somos del tercer mundo.

Instituciones moldeadas por el lenguaje

Moris Polanco escribió en uno de sus artículos que «la república humana es una república de palabras y no una de cosas» y desde el enfoque del humanismo, la experiencia domina la acción humana (Innerarity y Rodó como se citó en Polanco, 2022, p. 10). Claramente la experiencia que hemos vivido en los países latinoamericanos ha sido mirarnos interiormente como naciones fallidas, y eso se construye a través del lenguaje que eventualmente forman las instituciones con las que hemos crecido.

¿Qué son instituciones en este contexto? Explicar este concepto es un esfuerzo por construir lenguaje y que carece de comprensión y significado en nuestros tiempos. Empezaré por decir que no son edificios con nombres públicos ni organizaciones no gubernamentales; según Carl Menger (2019), el concepto puede explicarse desde dos componentes: uno voluntario y otro involuntario. Aquellas instituciones que se establecen por medio de una voluntad común son aquellas que originan legislación, puesto que se predisponen como un resultado previsto por la voluntad de la sociedad.

Mientras que, en el contexto involuntario, las instituciones son aquellas que se conforman de forma espontánea, de manera orgánica y que son el reflejo de una voluntad individual. Ejemplos de ello son el mercado, el dinero, la familia, la lengua, entre otros (Menger, 2019). Con el tiempo la imitación y la tradición da a lugar a ciertas instituciones, y estas son indestructibles a menos que se decida acabarlas con esfuerzo y dedicación.

Un caso es el de Estados Unidos, que ha visto de manera exponencial el surgimiento de la institución del chicano: vocablo vulgar que define al estadounidense con raíces mexicanas, y que se caracteriza especialmente por una «articulación mestiza» entre el inglés y el español. Su idioma se entrelaza entre palabras nuevas y un lenguaje peculiar dependiendo del contexto en el que viven y piensan: cuando conviven en la hora familiar; cuando piensan en gastronomía; cuando se enojan o frustran; en la realización personal y laboral; y en el modo de relacionarse con los demás. Cada elemento social se define al momento en el cómo hablan español o inglés, y no es un error lingüístico o una rara forma de acostumbrarse a vivir; es una institución social que ha experimentado un notable fortalecimiento en su desarrollo durante la última década.

Por lo tanto, encontrar un discurso objetivo sobre la respuesta a todos nuestros males a través del lenguaje, tampoco sería una tarea sencilla. Polanco cita a Baltasar Gracián quien define la verdad como un elemento puro que raramente se suele conocer como tal: «siempre trae algo de mixta, de los afectos por donde pasa; tiñe de sus colores la pasión cuanto toca, ya odiosa, ya favorable» (Gracián como se citó en Polanco, 2022, p. 4). Cuando se pasa un mensaje de generación en generación, así como el juego del teléfono descompuesto, no se puede dejar de obviar que como humanos interpretamos de acuerdo con nuestra propia idiosincrasia. No obstante, aunque el mismo hombre ha evolucionado a través de los años, ¿cómo es que su anatomía cambia constantemente y su lenguaje sigue sin ser adaptado?

Cuando Polanco analiza la frase que se centra en la idea de que somos una república de palabras y no de cosas, traza una implícita línea de tiempo que explica cómo se construye una república. No es un tema de tecnicismos y procesos administrativos que deben seguir una hoja de ruta de normas y leyes. Es un tema de retórica y poesía. Es así como se ordena primero una sociedad: primero con palabras, con intervenciones poéticas de lo que motiva al hombre a relacionarse con los demás; encontrando intereses conjuntos en instituciones tan primitivas como el mercado, al intercambiar bienes por trabajo y al trabajar por bienes.

Grassi (1978) analiza un pasaje de Cicerón, De inventione, sobre el origen del orden de las relaciones sociales y cómo este fue remarcado por un hombre sabio y elocuente que, por sus palabras, terminó influyendo en la actitud salvaje del comienzo de los hombres. Estos, pues, vivían como bestias sin normas que diferenciarán entre lo correcto y lo incorrecto. Ocurrió hasta que la sabiduría de uno de estos despertó la curiosidad de los otros al hablar con sentido, ritmo y pasión. Claramente este personaje retórico de liderar un discurso bueno o malo llevó a los hombres a seguirlo bajo la adulación que ocasiona en su propia voluntad. De ahí en adelante, el hombre ha confiado su voluntad al más sabio, al más experto, al que goza de legitimidad de gobernar para dejarse ser gobernado.

Y vaya que cuando se habla con tanta pasión y elocuencia, no existe otra consecuencia más humana que influir en la realización de las acciones de quien lo escucha y sostiene con firmeza. Por lo tanto, al influir en el orden con la retórica, se crean instituciones sociales y culturales que luego inventan una república. Tal formación se logra después de que se llega a un consenso entre una amplia mayoría de personas, y como bien dice Dante, cuando el lenguaje es respaldado por las gentes en mayoría, nunca se expondrá a la invariabilidad de sujetarse de una voluntad individual que querrá cambiarlo de un momento a otro (Grassi, 1978).

De ahí que la narrativa pesimista de nuestros países latinoamericanos sea una construcción conjunta de muchas instituciones fallidas; un discurso que se pasea de generación en generación creyendo que por haber nacido en Latinoamérica no tenemos el derecho de ser naciones desarrolladas. La respuesta a nuestros males es la vinculación de muchos desaciertos políticos y que coinciden con un discurso narrativo que nos cuenta una mala historia con pocos finales felices.

Hacia el progreso por medio del lenguaje humanista

Pero si el problema ha sido una connotación lingüística que ha deformado la acción del individuo en la sociedad, ¿qué significa avanzar hacia el primer mundo? Dante decía que un lenguaje que construye bien la razón y la justicia deberá exponerse de manera confrontativa con su propia naturaleza, mientras se comunica en la medida que trabaja, enfrentándose a sí mismo bajo sus propias pasiones hasta encontrar un lenguaje objetivo que posea verdad pura. De ahí que se enumeren cuatro rasgos del lenguaje que buscamos: illustre, cardinale, aulico y curiale (Grassi, 1978).

Illustrere se traduce como «iluminar», y se refiere a aquel tipo de lenguaje que se empuja desde el alma y engendra visiones que iluminan de manera brillante el camino de los hombres: la creatividad. El segundo rasgo es cardinale, que se traduce como «principal», y se refiere a un lenguaje que se busca, refiriéndose a los muchos dialectos que existen a nuestro alrededor. El tercero es llamado aulico; se traduce como «aula» y se refiere a aquel lenguaje culto de clase y de corte real. Por último, el lenguaje curiale es el que se define como aquel lugar donde se dictan las leyes, y el cual Dante explica cómo normativo, donde yacen fundamentos para construir aquellas instituciones que nos hacen vivir en sociedad (Grassi, 1978).

Citar a Dante nos ayuda a entender que la búsqueda de la comprensión del alma humana ha sido un camino largo que deviene en muchas formas y sentidos desde el lenguaje. Han sido las palabras que han construido nuestra República, y son las mismas que difieren en la narración de nuestra realidad en latitudes de los conceptos de significado y comprensión de lo que hablamos y escuchamos. ¿Cuál es entonces el camino correcto para que la narración de nuestra historia sea lo más real y objetiva posible? La respuesta a esa pregunta es recuperar el humanismo.

Polanco expone que el objeto del humanismo es la construcción del conocimiento: no tanto que nos enfoquemos en la cantidad de las cosas que podemos saber, sino en entender el significado de vivir, el cómo y para qué; vivir ese propósito por el que hemos soñado, así como idealizarnos y aceptar las limitaciones que conlleva vivir correctamente (Polanco, 2022). El humanismo es sensibilizar a través de la experiencia del sujeto la conciencia del «yo» con relación a su «entorno»; conocedor de lo que quiere, entendido de lo que quiere vivir, y caminante hacia lo que su felicidad le exige al interiorizar como el verdadero conocimiento.

De ello se habla de la prudencia, que se liga indescriptiblemente con la responsabilidad individual, el ser conscientes del «yo y mis circunstancias», a lo que le agregaría «y las consecuencias de mis decisiones»: algo así como la responsabilidad individual humanista, donde signifique estar consciente de nuestras causas y que nuestras decisiones se limitan a tomarse con más comprensión y significado.

El objeto final que expone Polanco (2022) es atrapar esa unidad entre la vida, el lenguaje y el pensamiento; que se desarrolle en armonía con principios correctos. Y es que el pensamiento, en especial, no debe ser solo una cosa de razonamientos sino de imaginación. Al final, un buen lenguaje, de la mano del humanismo, nos acercará a la eliminación de concepciones como la del tercer mundo, así como a la conciencia de nuestras capacidades y limitaciones reales.

El humanismo es sin duda, el camino hacia el progreso, o «hacia el primer mundo». Es el humanismo el que nos dotará del verdadero lenguaje que importa comunicar para entender los principios liberales con los que se funda una sociedad libre de personas responsables. Así, cuando hablo de recuperar el humanismo, traigo del olvido lo que ya existió y demostró tantas luces y brillos en el camino del hombre de los últimos siglos.

Este progreso se destacó en la moralidad, ciencia, teología y tecnología durante el siglo XIX, que fueron un suspiro de avances de pasos alargados para la humanidad. Grandes teorías y descubrimientos impregnaron un espíritu creativo y crítico por construir una visión positiva del hombre en la sociedad. Los resultados han sido evidentes hasta nuestros tiempos, pero el más importante ha sido una mejora en la calidad de vida de las personas en los años siguientes acabando con la teoría malthusiana de vernos acabados demográfica, económica y sociopolíticamente en una espiral de pauperización progresiva.

Carlos Goñi escribiría que el progreso del humanismo funcionaba por esa pluralidad ante el desenvolvimiento de la filosofía que proponía sincretismos entre una diversidad de ideas y teorías que antes se limitaban con mucho recelo al perenne ejercicio de la armonización. El humanismo progresaba por el renacimiento de la cultura clásica que destaca una gran sensibilidad en el arte, la filosofía y la literatura; por aquel esfuerzo de aplicar la teoría experimental a través de la ciencia para considerar que existen una variedad de sistemas que se gobiernan con leyes autónomas al hombre en la naturaleza y en la sociedad; un humanismo que observaba con más atención a la libertad individual en pensamiento y como un bien apreciado que descubre el hombre y que por consiguiente, comenzaría un debate extenso de cómo resguardarla (Goñi, 2020).

Fue entonces el progreso, empujado por el humanismo, el que marcó una diferencia entre la manera de vivir primitiva y la manera de vivir ahora en sociedad. Humanismo definido, entonces, como el afloramiento del hombre a través del studia humanitatis, que eran comúnmente el estudio profundo de la retórica, historia, poesía, ética y gramática (Goñi, 2020).

Narrativas polarizadas en Latinoamérica

No obstante, muchos años después observamos que el humanismo fue un sujeto ausente en la fundación de la historia latinoamericana, donde la polarización política juega entre dos bandos actualmente (capitalismo versus socialismo) enfrentamientos que despertaron en el siglo XX una ola de derrocamientos a gobiernos de ideologías opuestas, conflictos armados internos que tenían como misión la imposición de polarizadas ideas radicalizadas, o incluso el adoctrinamiento radical como defensa contra su imposición.

El progreso aquí se confundió entre un lenguaje de dos polos que se concentraría en reformar cuanto pudiese leyes y políticas de gobierno que terminaron creando, entre tanta mezcolanza de criterios, un moderno Prometeo como el de Mary Shelley, aunque este se llamaría Administración Pública Latinoamericana y ahora parece un ser incontrolable en sí mismo. Formado de muchos traumas políticos, de varios ideales que no definen al final una ideología, y postergados en solucionar todos los males a través de una regla escrita.

Esta polarización ocasionó que, en el lenguaje, cualquiera que estuviera de un lado u otro, adoptará un escepticismo por defender a muerte una idea contra la otra desde las trincheras normativas del positivismo jurídico, creyendo que por magia o por sabiduría, crear más y nuevas constituciones alcanzan el verdadero progreso que lo interrumpió una u otra ideología.

De tantas reformas políticas en Latinoamérica, se esconde la ambición de borrar y escribir en cada gobierno de turno mejores leyes, reglamentos, y hasta considerar una nueva constitución. Cada partido político envuelto en ideologías confusas busca impregnar de un modo u otro la perpetuidad de sus filas en un proyecto de Estado a largo plazo. Ejemplo de ello son los cambios constitucionales que hicieron países como Ecuador, Guatemala, Brasil y Chile en los años setenta y ochenta, así como Paraguay, Perú, Colombia, Argentina, Venezuela y Colombia en los años noventa. Desde entonces, Bolivia y Ecuador lo han hecho otra vez, en 2008 y 2009, respectivamente; y Chile está viviendo por primera vez, desde Pinochet, el proceso de redactar una nueva constitución.

No cuesta entender sus intenciones: crear un mejor progreso. Sin embargo, dudo del consenso que existe entre nuestros países para entender qué significa realmente progresar, que consiste en alcanzarlo a través de la pluralidad crítica de las ideas, de invertir en ciencia y tecnología, de defender la libertad y recuperar el humanismo. Aun así, estoy seguro de que muchos de nuestros políticos encontrarán como respuesta a nuestros problemas palabras simples y no nuevas: crear mejores leyes y tal vez una nueva constitución.

Nuestros gobiernos actualmente viven del delirio sinóptico, concepto que explica que el Estado posee el único poder institucional de entender qué soluciones son mejores a los problemas que nos surjan como sociedad, puesto que ellos son los únicos que tienen esa visión sinóptica de entenderlo mejor (Aligica, Boettke y Tarko, 2019). Y en principio ha sucedido así porque nuestra sociedad carece del criterio propio para intervenir y decir lo contrario. Hemos dotado al aparato estatal con la habilidad de acaparar todo, y hemos confiado en dejar gobernar al mejor sofista que con más estética retórica nos diga cómo debemos hacerlo mejor, sin ser nosotros los interventores primeros de comunicar lo que está bien y lo que está mal.

También estoy seguro de que el progreso no se basa en reformas políticas y jurídicas que se lideran en cada periodo de gobierno. Aunque la narrativa del lenguaje de nuestra historia nos ha predicado que son etapas gloriosas que deben vivirse para consolidar el proyecto de un mejor Estado. Según esta perspectiva, cuestiono, ¿somos esa narrativa en el lenguaje que nos han enseñado y definido desde las trincheras académicas y políticas, y que hemos interiorizado cómo debe ser nuestra visión sociopolítica de vivir? ¿Somos las historias sociales y políticas que nos hemos contado, según Moris Polanco? Porque después de vivir hablando del tercer mundo, hemos terminado viviendo como tercer mundo.


Narrando un colectivismo sobre el individuo

Por otra parte, reformar jurídicamente solo origina más sed de reformar; luego de alcanzar el primer objetivo, nos preguntaremos ¿qué otros temas podemos seguir reformando? Así aparecieron las políticas de identidad. Le dimos vida a la cultura de cancelación, o incluso, aparecieron conceptos como «pluralismo jurídico» o «refundación de un estado plurinacional». Después de atacar a las ideas con políticas de gobierno, ahora buscamos limitar e intimidar a la libertad individual y lograr que el bien común sea reducido a un relativismo moral, colectivista y minoritario.

En palabras de Francis Fukuyama (2018), esta época de reconocerlo todo a través del reconocimiento público busca imponer un pluralismo confuso de formas alternas de asociarse por pequeños grupos minoritarios, exigiendo que aquellos principios tradicionales que han moldeado desde siempre la idea de sociedad se adapten a los requerimientos actuales de colectivos relativistas.

Y resulta incluso interesante también seguir citando a Orwell (2017), cuyas frustraciones en los años cuarenta del siglo pasado, sean las mismas de la actualidad: donde nuestra conciencia de ser se encuentra en una lucha entre individuo y comunidad; donde la libertad individual o el individuo autónomo —como él lo llama—, deja de existir porque el individuo está despojándose de tener esa idea o ilusión de ser autónomo.

El lenguaje se mueve hacia horizontes donde el individuo puede convertirse en un recuerdo y no en un sujeto con conciencia y libertad. El hombre ha cambiado desde los años sesenta donde se peleaba por los derechos de grupos marginados —siendo estos afrodescendientes y mujeres—, por la oportunidad de votar políticamente. Ahora discutimos el alcance jurídico de grupos de género y ambientalistas.

Luther King Jr. peleaba por la igualdad ante la ley, que se basaba en el principio básico de dignidad humana, donde el objeto era simple y claro: todos compartimos el mismo derecho entre hombres, negros y blancos, de ser ciudadanos y ejercer nuestros deberes como personas sin importar el color de la piel que poseamos; no por ello somos menos o más ciudadanos y por consiguiente, humanos. Hoy, nuestra sociedad pelea por no usar «él» o «ella», sino «elle».

Así nos adentramos al mundo de las paradojas, donde la paradoja del grupo marginado racial resulta ahora el grupo totalitario que busca oprimir al grupo mayoritario delimitando sus derechos y su libertad individual. ¿Cuándo la democracia ha funcionado si no se usa primero la violencia? Entendemos las atrocidades que los grupos marginados han vivido a través de los siglos, pero responder con violencia como signo de protesta a través del lenguaje bélico solo es retroceder en progreso y convertirse en lo que juraron nunca ser

Es una amenaza a la integridad del alma humana, dejar que los radicales y colectivistas decidan, a través del lenguaje vulgar, la creación de nuevas leyes y constituciones para que nos manden cómo debemos vivir en sociedad solo porque no nos hemos doblegado ante sus diferencias. Y lo hemos permitido, porque hemos crecido sin criterio propio. En palabras de García Morente, tal principio nos ayuda a agudizar nuestra percepción del mundo y la realidad, y, por lo tanto, enfrentarla (Espillaque, 2000). Mientras hayamos perdido ese criterio de cómo percibir aquello que atente contra nuestra individualidad como seres, y el silencio albergue en nuestro criterio para enfrentarla, habremos de vivir aquella historia que nos cuentan en una cueva de Platón sentados frente a un fuego de mil y una mentiras del lenguaje.

Es menester poner delicada atención al lenguaje con el que hemos crecido y estamos siendo educados. Son nuestras escuelas donde esa formación se refleja constantemente: qué tanto nuestros niños aprenden a ser conscientes de sus responsabilidades en sociedad y de ser conscientes de sus propias capacidades para decidir y ser en sociedad; son nuestras iglesias las que fundan el criterio espiritual de alimentar nuestra alma con un Dios que nos enseña de amor y fortaleza en el miedo y la tristeza interna; y son nuestros hogares los que promulgan con creatividad y dirección aquellos principios que nos harán buscar nuestro propio camino con criterio propio y libertad.

También he de citar a Friedrich Hayek (2014), quien con sus aportaciones del orden espontáneo nos deja claro que una sociedad debe gobernarse sin el poder que nos imponga una manera de actuar y pensar; es la acción espontánea del individuo la que crea relaciones recíprocas constantes y que se libera de la costumbre y conformidad a la que habitualmente está sometida; que esto solo ahoga el espíritu espontáneo y creativo que trae desarrollo y avance en la humanidad.

Si no enfrentamos aquellas narraciones que patentizan una realidad equivocada a través de múltiples reformas políticas, luego aparecerán muchas ideas creativas de querer reformar lo que compone a una sociedad: la idea tradicional de la familia y el yo interno; hasta que una vez aburridos y exhaustos de haberlo reformado todo, terminarán atentando contra la dignidad humana y no habrá progreso ni humanidad sino una rebelión de la granja.

Finalmente, progresaremos en la medida en que vayamos profundizando y resolviendo aquellas cuestiones que no logremos entender con el lenguaje; en la medida en que vayamos reflexionando sobre la realidad en la que vivimos como individuos y en la medida en que aprendamos a pensar y hacer las cosas por nuestra propia cuenta sin ser interferidos positiva o negativamente. Habremos de progresar, y también habremos de vivir en el humanismo.

Referencias

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Hayek, F. A. (2014). Los fundamentos de la libertad. Unión Editorial.

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Polanco, M. (28 de febrero de 2022). La sabiduría poética de Baltasar Gracián (discurso de ingreso a la Academia Guatemalteca de la Lengua). https://www.academia.edu/73605350/La_sabidur%C3%ADa_po%C3%A9tica_de_Baltasar_Graci%C3%A1n_y_la_tradici%C3%B3n_humanista

PNUD. (2022). Human Development Report 2021/2022. United Nations Development Programme.

Sieroń, A. (25 de noviembre de 2019). El legado de la teoría de las instituciones sociales de Menger. Obtenido de Mises Institute: https://mises.org/es/library/el-legado-de-la-teoria-de-las-instituciones-sociales-de-menger

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