Aportes femeninos a la sociedad guatemalteca del siglo
XIX: la «gallardía heroica» de Lola Montenegro


Feminine contributions to 19th century Guatemalan society: the “heroic gallantry” of Lola Montenegro

Guillermina Herrera Peña

Academia Guatemalteca de la Lengua

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Resumen: Este ensayo intenta rescatar la figura de Claudia de los Dolores Montenegro González —más conocida como Lola Montenegro— y el peso específico de sus aportes como activista política y poeta en las apuestas republicanas decimonónicas de nuestro medio y a la conformación de la sociedad guatemalteca.

Palabras clave: guatemalteca, poeta, activista, mujer, construcción de la república, modelaje de la sociedad.

Abstract: This essay intends to rescue the figure of Claudia de los Dolores Montenegro González —better known as Lola Montenegro— and the specific weight of her contributions as a political activist and poet in the nineteenth-century republican bets of our environment and the conformation of Guatemalan society.

Keywords: Guatemalan, poet, activist, woman, construction of the republic, modeling of society.

Introducción

En un turbulento y agotador escenario, finalmente, el 21 de marzo de 1847 se firmó el decreto que proclamaba como república a Guatemala, escondiéndose definitivamente de la República Federal de Centroamérica, creada en 1824 y que, para entonces, ya había fracasado aparatosamente. A la creación de la república siguieron tiempos difíciles de pugnas entre conservadores y liberales, el triunfo militar de estos últimos, la implantación del sui generis liberalismo guatemalteco y las dictaduras y tiranías que caracterizaron sus gobiernos, hasta mediados del siglo XX.

Muchos son los estudios publicados sobre estos acontecimientos, pero poco se ha dicho del aporte femenino en tan crucial etapa de nuestra historia. No es de extrañar que así suceda en un medio como el guatemalteco, donde está casi todo por decir sobre los aportes femeninos a la política, a la cultura y a la sociedad. De ahí que, cuando se recuerda a los protagonistas de la defensa del federalismo centroamericano, de los orígenes y desarrollo de nuestra república y del modelaje de nuestra sociedad, la tendencia haya sido detenerse en los «héroes» —reales o imaginarios— y olvidar a las mujeres.

Este es el caso de Claudia Dolores Montenegro, más conocida como Lola Montenegro, poeta y activista que nació y murió en la Nueva Guatemala de la Asunción (1857-1933), en el antiguo barrio de La Parroquia Vieja, uno de los lugares donde comenzó a formarse la capital en el siglo XVIII, al noroeste de la ermita del Cerrito del Carmen, yendo hacia el sur.

Sentido de pertenencia

Lola Montenegro puede considerarse una de las precursoras de la escritura femenina en Guatemala, con un amplio legado que quedó diseminado en periódicos, revistas y almanaques locales de finales del XIX y principios del XX y en dos poemarios: Flores y espinas (1887) y Versos (1895). Los hilos conductores de su producción literaria son la defensa de la patria, la exigencia de valores en la sociedad y la promoción de la mujer para liberarla de cadenas que la ataban a perturbadores mitos sociales.

Nació poco tiempo después de la independencia política de España, y su vida se desenvolvió en el ambiente de caos y guerra de la época, tiempos de aguda inseguridad política, en el escenario de pugnas irreconciliables de ideologías e intereses particulares.

Provenía de una de las familias fundadoras de lo que se llamó Valle de las Vacas (también conocido como De la Ermita o De la de la Virgen), que se extendía hasta el antiguo sector de la Culebra y Pinula. El nombre de Las Vacas fue dado al valle por un nutrido hato que trajo de España Fernando de Barreda o la Barreda. Allí, en una fecha temprana del siglo XVI se estableció un pequeño número de familias españolas en el llamado Rincón de la Leonera. Entre estas familias estaba la de Lola Montenegro, que había adquirido sus primeras tierras por repartimiento (Herrera, 2011, pp. 45-59). Se trataba de hacendados asentados en el valle mucho antes de que se trasladara allí la capital de Guatemala. A lo largo del tiempo, la familia Montenegro había ampliado sus negocios de ganado y la extensión de sus tierras, y, también, estrechado sus vínculos con las otras familias del valle por medio de matrimonios.

El Valle de las Vacas cobró suma relevancia cuando, después de los terremotos de 1773, se decidió trasladar allí la capital desde el Valle de Panchoy. En aquellos días, los pobladores de las Vacas eran ya dueños de grandes estancias. El regidor de la aldea era José de Montenegro, antepasado de Lola (Herrera, 2011, p. 51).

Está documentada la compra que hizo el Ayuntamiento de Santiago de parte de un potrero de los Montenegro, que fue destinado al nuevo pueblo de Jocotenango en la Nueva Guatemala de la Asunción y que sustituyó a Santiago como capital de la Capitanía General de Guatemala. Esta propiedad fue cedida a la Corona a cambio de 5000 pesos y de las tierras llamadas Las Tapias y Lo de Reyes. También está documentado que la hacienda llamada De la Virgen, que ocupaba considerable extensión del valle, era propiedad de los Montenegro y que la casa patronal de esta hacienda fue la primera casa de la Nueva Guatemala de la Asunción. Estaba situada en lo que hoy es la 10.ª avenida de la zona 1, en la esquina opuesta al campanario de Belén, en el actual Centro Histórico (Herrera, 2011, pp. 51-52).

La información sobre los orígenes de Lola puede explicar, al menos en parte, uno de los rasgos que marcaron su vida y que también se hicieron evidentes en varios miembros de su familia a lo largo de generaciones: un agudo sentimiento de pertenencia a Guatemala, que para Lola era su patria chica, ya que América Central era la grande. Un caso interesante de sentido de pertenencia, no solo por su agudeza, sino porque iba en doble vía, pues Lola se sentía apasionadamente guatemalteca y centroamericana, pero a la vez consideraba que Guatemala y América Central le pertenecían. Y al calor de este sentido de pertenencia, no dudaba de defender sus dos patrias, denunciando, también apasionadamente, el pillaje, la tiranía y las traiciones e intereses particulares que contribuían al deterioro de Guatemala, a la que llamaba «la bella señora» (Montenegro, 2011, pp. 127-129).

El mundo íntimo de Lola fue el espacio de su infancia, que recordaba a menudo en sus poemas y en donde siempre mantuvo su casa: los barrios de La Parroquia Vieja, de Candelaria, del Cerrito del Carmen. De ellos salió al mundo, en periplos que iban de la India a Jerusalén, Europa y los Estados Unidos (Herrera, 2011, pp. 19-44). No obstante, su producción poética se contextualizó en lo local y, paradójicamente, gracias a ello cobró carácter universal. Lola fue una mujer afincada en fuertes raíces: el espacio urbano de la capital guatemalteca y la patria centroamericana como proyección de su mundo íntimo. Desde allí, se volcó al ser humano, en general. Enfocó su mirada en lo propio, lo cotidiano, lo que conocía, y lo transformó en material de sus construcciones poéticas.

Poeta y activista

Siendo muy joven, Lola incursionó animosamente en muchos de los periódicos que se publicaban (Herrera, 2011, pp. 147-154). Es notable su participación en El Diario de Centroamérica, del cual fue miembro de planta y en El Porvenir, de la sociedad literaria del mismo nombre, que fue un reconocido espacio donde se reunían los intelectuales con el objetivo de crear lo que denominaban «literatura nacional». Fue importante, también, su participación en El Ateneo Centro-Americano y su revista, y en la revista bimensual de El Ateneo de Guatemala.

Desde la perspectiva de sus poemas podemos recorrer los acontecimientos políticos e históricos en aquella época de «catarsis y convulsión» en la que le tocó vivir, y que caracterizó al mundo hispánico en general. Época de abrupta toma de conciencia del ser hispanoamericano, con el desplazamiento de la identidad hacia una mayor reconciliación con la propia especificidad y una búsqueda, entre angustiosa y esperanzadora, de la autonomía en todos los órdenes.

Describiendo su obra poética, dice Amanda Montenegro (2011) que sus versos fueron «holocausto», «estrofas vibrantes, patrióticas y romances de gloria y dolor». Los define como expresión de «anhelos infortunados» «a la sombra sangrienta de sus tragedias familiares», y, también, «a la gallardía heroica» (p. 7).

Como sabemos, activismo y literatura por lo general se entrelazan. Así lo evidencia la producción de varias escritoras guatemaltecas de aquellos tiempos, empeñadas en modelar la sociedad por medio de sus escritos. Encontramos que las principales obras que publicaron no eran ahistóricas, todo lo contrario: muestran la intención de aportar pensamiento y se sitúan en los esfuerzos de edificación de la sociedad. Mención especial merece su contribución para cambiar la perspectiva de lo femenino, su reclamo de la dignidad de la mujer y la promoción de la educación.

En lo que se refiere a la política, sin embargo, la censura hacía su amarga labor y no faltaron quienes entre ellas advirtieran en sus escritos que se abstenían de opinar sobre asuntos políticos (véanse periódicos La voz de la mujer y El ideal publicados por escritoras guatemaltecas en el siglo XIX, Herrera, 2011, pp. 205-234). Es, lamentablemente, la abrumadora mayoría. Pero hay un par de ellas —Pepita García Granados y Lola Montenegro— que se expusieron públicamente a la censura por medio de sus opiniones políticas y, a la larga, también a la desaprobación y vituperio de la sociedad.

En las primeras décadas del XIX, Pepita usó su afilada pluma para la crítica de políticos usando una feroz, aunque simpática, ironía. Más tarde, Lola se lanzó avasalladora y apasionadamente, sin considerar riesgos, a condenar la corrupción y la tiranía, y en contra de la hipocresía de una sociedad complaciente que basaba sus juicios en criterios de conveniencia para mantener y escalar estatus social y económico. Su caso es único, sumamente singular en el ambiente de intolerancia en el que se desarrolló su vida.

Aprovechando lúcidamente la relativa apertura que comenzaba a darse con las novedades de la modernidad, que llegaban dispersas y abruptamente a su entorno, se unió al grupo de guatemaltecas que se atrevía a publicar sus escritos, a formar parte de los equipos de redacción de periódicos y a participar en las tertulias y sociedades literarias. Sus mensajes llegaban a la sociedad en forma de poemas, usando como leitmotiv el lamento, con funciones catárticas, pero, también, como recurso para la interpelación. Lola es, sin duda, escritora del claroscuro. En uno de sus poemas, dice:

Quise poner en tu álbum primoroso / una flor de belleza, la más rara, / que con su dulce aroma te embriagara / y te hiciera soñar un cielo hermoso; / quise poner un ruiseñor gracioso / que al abrir esta página cantara, / y con su voz dulcísima imitara / de tu laúd el ritmo melodioso; / ¡Quise ensalzar en inspiradas notas / tu celebrado nombre y tu grandeza! / ¡quise cantar, y de mi pecho brota / raudal de llanto y de mortal tristeza…! / Y si es tanta mi negra desventura, / ¿qué te puedo ofrecer sino amargura…? (Montenegro, 2011, p. 228)

Lola era partidaria de los liberales, compartía sus ideas de progreso y de industria y, desde luego, su empeño en la reunificación centroamericana. Independientemente de sus simpatías políticas, es interesante el poema titulado A la memoria del mártir de la unión centroamericana (Montenegro, 2011, pp. 155-157), que escribe cuando muere Barrios en la batalla de Chalchuapa, el 2 de abril de 1885. Con este escrito se enfrenta desafiante a los conservadores guatemaltecos que, por conveniencia, no habían enfrentado sino adulado a Barrios mientras vivía, pero que a su muerte lo declaran enemigo:

¡Ah!, yo sé bien que seres degradados / porque canto tu nombre me herirán; / y me han herido ya, que los malvados / con calumnias y míseros dictados / mi humilde nombre acaso mancharán… / Y son los mismos que en pasados días / te adulaban con bárbara traición, / mintiendo frases que en su boca oías, / seres sin dignidad, almas impías / que alzan hoy contra ti su maldición… (Montenegro, 2011, p. 156)

Agudizando el enfrentamiento, les dice en otro de sus poemas: «El patriota se encuentra en la batalla, / el poeta en la grandeza y el amor, / ¡y el verdadero y afectuoso amigo / en las horas más negras de dolor!» (Montenegro, 2011, p. 186).

Las tempestades del espíritu de Lola, siempre guiado por la pasión, se manifestaron más virulentos cuando organizó, en el primer aniversario de la muerte de Barrios, a un grupo de mujeres dispuestas a defender el sepulcro del caudillo, al enterarse de que los conservadores habían planeado ir ese día a insultar su memoria al Cementerio General.

La antipatía y el rechazo que causaron en aquel poderoso sector los poemas y el activismo de Lola la persiguieron implacables. El arma para atacarla fue la descalificación, para lo cual aprovecharon su tormentosa vida amorosa, signada por una serie de cuitas desafortunadas, algunas también trágicas. Lola, sin embargo, no se daba por vencida y enfrentó la ira que se desató contra ella y que siguió manifestándose aún después de su muerte, cuando —dice Amanda Montenegro y Montenegro (2011)—:

…cuando la señora… enviara a la redacción del periódico La Hora para su publicación, y cuando ya la aludida se había hundido entre la nebulosa de la muerte, un libro del Moro Muza, escritor y político nicaragüense, amargado y neurótico, en que a priori la prejuzga y ultraja, sin razón ni motivo algún, llegando en sus mezquinas apreciaciones a catalogar como casquiversista a Rubén Darío y a otros literatos del momento, y mintiendo a sabiendas en algunos aspectos. (pp. 7-8)

A los acontecimientos de Chalchuapa siguió, para Lola y su familia, un período tormentoso y violento, con causas sangrientas irreparables. Fue el gobierno tiránico del autoimpuesto sucesor de Barrios, Manuel Lisandro Barillas. En el anecdotario de la época abundan historias sórdidas ocurridas durante el gobierno de este dictador, que se caracterizó por la extrema violencia con que trató a sus adversarios.

Lola desplegó entonces una red para esconder a los perseguidos políticos, por medios ingeniosos que, en algunos casos, acababan siendo sumamente pintorescos. Fueron aquellos tiempos (1888) en los que el escritor y crítico literario Ramón Uriarte decía de ella que era, sin duda, la primera poetisa de Centro América, pero que, además, era una mujer patriota como pocos hombres saben serlo, al grado de compararla con Olimpia de Gouges.

En uno de sus poemas del momento, dice Lola:

¡Oh, patria, patria…! ¡Estás abandonada / a la crueldad de infame parricida, / que va amargando sin piedad tu vida / con su necia y fatal estupidez…! / ¡Por eso tú, vilmente destrozada, / en triste llanto de pesar te bañas! / ¡Patria infeliz!, un hijo sin entrañas / burla tu fe y humilla tu altivez…! (Montenegro, 2011, p. 127)

En su Odisea centroamericana, Miranda (2005) narra una anécdota que retrata vívidamente a Lola al encuentro del ejército de Barillas que había sido derrotado por los salvadoreños: «Cuando desfilaban por las calles de la capital las tropas derrotadas, Lola Montenegro, parada en una esquina, decía: Esto es debido a que abundan las gallinas y faltan los huevos» (p. 60).

En octubre de 1889, Barillas mandó fusilar en Jutiapa a tres jóvenes de la élite —Jorge Zepeda, José Arzú Romá y Mariano Pineda— partícipes de una conspiración contra su gobierno. Miguel Montenegro, hermano de Lola, también había participado en dicha conspiración: era el candidato civilista que sustituiría al tirano, pero, al ser descubierta la conspiración, había escapado a El Salvador.

Se recuerda en las memorias de la familia Montenegro cómo Miguel, al enterarse de la suerte que habían corrido sus compañeros, regresó a Guatemala y se apareció en su casa ante el pánico de su madre. «Vengo a entregarme —cuentan que explicó—, no puedo sino seguir la suerte de mis amigos». Días después, el 9 de octubre de 1889, Miguel murió fusilado en la plaza de Jalapa, frente a los viejos muros de la iglesia.

En el poema Sobre su tumba, Lola va de la más profunda congoja a la ira y el desafío. Su poema es un grito de guerra:

Mi hermano, mi consuelo, mi alegría, / heme aquí prosternada / en el sepulcro humilde donde duermes / el sueño de la nada: / Heme aquí sollozando sin consuelo / en el dolor más negro, ¡hermano mío!

. . . Si un instante me abate la tristeza, / después mi herido corazón se enciende / en sangrientos deseos de venganza. / ¡Grata sombra querida / que con amor a todos abrigaba…! / Se sació en ti la saña fratricida, / que cobarde anhelaba / destruir la luz hermosa de tu vida. / ¿Qué podía esperarse de esos hombres / sin honra ni decoro…? / Verter sangre inocente con el oro; / oro fruto del llanto / de la patria por ellos dominada, / por ellos ofendida y saqueada, / por ellos, ¡ay!, vendida, / y con sangre de libres salpicada.

Y agrega:

¡Guerra por nuestra patria envilecida, / guerra por ti, mi generoso hermano, / guerra por el derecho que es la vida, / guerra siempre al tirano…! / Dobléguese a los déspotas, / los seres sin rubor solo nacidos / para espías que infames se anonadan / y dejan a la patria / en las garras de imbéciles bandidos…!

Le dice a su hermano Miguel:

Yo soy tu hermana, y como tú, no temo / que cobardes me ultrajen; / se apagó tu existencia, ¿qué me importa / que tiranos vulgares / en mí sacien su encono hasta el extremo…? / Aún he quedado yo, conmigo basta / para cruzar el rostro a los bandidos; / hay en mi arpa enlutada / para el amor dulcísimos gemidos, / para los héroes voz entusiasmada, / ¡y hiel para los torpes forajidos…! (Montenegro, 2011, p. 149)

Irreductible, Lola sigue a lo largo de su vida expresando combativa y apasionadamente sus posiciones políticas y sus interpretaciones de temas muchas veces considerados tabús por la sociedad pacata y acomodada en la que se desenvolvía. En uno de sus poemas, escribe: «. . . no toquéis atrevidos a mis alas porque mis plumas queman!» (Montenegro, 2011, pp. 222-223).

Su producción literaria visibiliza las desigualdades y denuncia los derechos vulnerados de la patria, del ciudadano, de la mujer. No podía ser indiferente a las formas de violencia de las que se sentía una víctima más de la sociedad patriarcal, del despotismo y de la tiranía. Se siente obligada a denunciar y a combatir. Los crudos temas que convierte en creación poética son los del contexto histórico en que se insertó su vida, las de los seres que amaba y las de aquellos que percibía en insostenible vulnerabilidad.

La utopía de una sociedad

En las sociedades literarias y en las tertulias en las que participaba Lola, los intelectuales del momento conformarían un imaginario nacional elitista, construido mirando siempre hacia Europa: un modelo de nación excluyente de los elementos que no se adaptaran a ella, como era el caso de la participación del indígena, al cual mencionaban solamente como estorbo de la «la modernidad».

Hija de su tiempo y de su contexto, Lola aceptaba algunos conceptos que se consideraban irrefutables, como las ya señaladas ideas de «progreso» y «adelanto» omnipresentes en las reflexiones que se llevaban a cabo en aquellos espacios, aunque ella las modelará con notables interpretaciones propias. Su imaginario de patria es también un imaginario elitista, pero lo que excluye es la falta de autenticidad, la hipocresía y el cinismo.

Su búsqueda afanosa y atormentada de un modelo aceptable de república y de sociedad la lleva a la construcción de su utopía, esencialmente romántica: la de una «sociedad de poetas». Lola ofrece a la reflexión de sus lectores la condición venturosa de aquel a quien llama «el poeta» —‘el auténticamente virtuoso’—, un ser ideal, atemporal, en el que no distingue sexo, clase social o etnia. En su utopía, «el poeta» conforma una sociedad ideal, signada por valores como la autenticidad y la lealtad, y regida por el amor. Porque «el poeta», dice Lola, es «cantor de la verdad, / no apoya farsas, / no es poeta aquel que el fanatismo abriga, / ¡que no ama las tinieblas el que lleva luz en su frente y en sus manos lira!» (Montenegro, 2011, p. 130).

Ella puede fiarse de él porque «el poeta»:

siente, predice, alumbra y deifica; / de su cerebro brotan las ideas / que al adelanto con su luz nos guían. / . . . es luz que rasga las tinieblas / y alumbra los senderos de la vida; / monarca augusto, lleva su corona / de verde mirto, de laurel y espina. (Montenegro, 2011, p. 130 )

La sociedad no puede —o no quiere— comprenderlo, pero: «Él no mendiga aplausos ni ovaciones; / en un valle de lágrimas camina; / de su propio valor tiene conciencia».

«El poeta» practica el amor: «jamás al desgraciado humilla. / . . . Nunca el énfasis propio de los necios / ostenta el poeta: nunca la malicia / nubla su faz, y como niño ingenuo lleva la frente luminosa».

Este ser especial no encuentra sitio en la sociedad que Lola conoce y desaprueba: «Su gloria empieza do su vida acaba, / y aún le sigue al sepulcro la perfidia; / que hasta la tumba donde duerme el genio / la ruindad de los necios marcharía».

Pero, el poeta no puede actuar de otra manera: «Él hace el bien porque su noble pecho / por el amor y por el bien suspira» (Montenegro, 2011, p. 130) .

La singularidad de la vida de Lola Montenegro se encuentra, también, en el infortunio de sus relaciones amorosas, que acumularon escándalos y alimentaron el desdén y la descalificación de la poeta, especialmente de parte de los sectores a los que había molestado con su activismo. Finalmente, Lola se casó con el político y escritor salvadoreño Joaquín Méndez, a quien en el pasado había ayudado a huir de sus perseguidores políticos. No hay duda de que este matrimonio le sirvió de escudo contra los ataques de la sociedad, pues Méndez, que acabó siendo funcionario del cuerpo diplomático de Estrada Cabrera, era respetado y temido por el poder que había llegado a acumular.

Después de su matrimonio, la sociedad dio un vuelco y comenzó a alabarla y a ensalzarla como poeta, pero Lola no se engañaba: en el fondo seguía sintiendo el rechazo larvado que solo se escondía por temor, o por deseo de quedar bien con los poderosos.

Dice Gómez Carrillo:

En su tiempo, fue Lola Montenegro la poetisa de moda, por excelencia, entre el feminismo guatemalteco. Un culto religioso, sin ser ella supersticiosa ni fanática, fue poco a poco inclinándola hacia su gloria. Su alma, como la campana del templo, tocaba acentos divinos, aun cuando se afectase de usos profanos. (Montenegro, 2011, pp.109-117)

La alabaron los más afamados críticos y escritores de la época, entre otros, Rubén Darío, Gómez Carrillo, Rafael Spínola, Coronel Matus y Ramón Uriarte (Montenegro, 2011, pp. 109-126), y ella aprovechó el momento para desafiar con gran libertad a la sociedad, como en el siguiente poema:

Sigue tú, venturosa la existencia, / aparenta virtud y honor mentido; / luce, en fin, la célica inocencia, / acalla el grito atroz de tu conciencia, /... ¡Injusta sociedad, goza en el llanto / del desgraciado a quien rasgaste el alma, / desprecia, impía, su fatal quebranto / y duerme tú, con bienhechora calma…! (Montenegro, 2011, p. 40)

No se cansaba en su reclamo a la sociedad, e insistía en sus poemas:

¡Me aplaudiste cruel y me befaste; / te di mis cantos y dolor me diste; / a las nubes mi nombre levantaste / y después en el fango lo sumiste…! /... Sigue en tu ciego y torpe devaneo, / riendo al oír del infeliz el lloro; / sacia de herir tu bárbaro deseo, / gozando solo al retintín del oro! (Montenegro, 2011, p. 40)

Y también aprovechaba lúcidamente aquellos tiempos para la expresión de su radical defensa de la mujer, condenar el donjuanismo, el machismo y, también, la frivolidad de la mujer, su acomodo a los mitos sociales que la aprisionaban:

… hablad como sentís, no llaméis blanco lo que / es podrido y negro; / decid que no tenéis dentro del alma, / ni luz, ni amor ni fe, ni sentimientos; / así os verán mis ojos marchitados, desnudos / esqueletos…! / ¡Tanto vale ser noble y generosa, / a ser infame, y pretenciosa y necia; / tanto vale elevarse hasta los cielos o estar en la / bajeza: / La aparente virtud de los hipócritas,/ con nombre y con amor se recompensa; / la pasión de las que aman, si son pobres, con dinero se premia…! (Montenegro, 2011 p. 217-218)

«¡Id, deshojad las infelices flores / que nacen en la tierra, son culpables de haber / nacido pobres: / y llevad colocadas sobre el pecho / las que adornan retretes y salones./ Flores de trapo, como digno lujo de tan/ indignos hombres…!»(Montenegro, 2011, p. 217)

¡Qué hermosas sois, gallardas señoras / blancas y lindas como luz del alba…! / Parecéis flores que el pénsil ostentan… / ¡qué bellas sois, mujeres de mi patria! / Me parecéis arcángeles sonrientes / de frentes bellas y brillantes alas, / ¡ah, si el perfume que exhaláis risueñas, fuera / de vuestras almas…! / ¡Si en esos lindos, peregrinos rostros / irradiara de amor la ardiente llama; / si no ocultara tan hermoso aspecto la frialdad / más ingrata! / ¡si en vuestros ojos de color de cielo / o negros, cual noches funerarias, destellara de / amor y de inocencia la luz brillante y clara; / ¡si esa blancura pálida de mármol, / de amor el fuego en rosas la tornara; / Si pudiera el amor palideceros…! ¡Si no fuerais estatuas…!(Montenegro, 2011, pp. 213-214)

Echando mano de su libertad y contradiciendo a su marido, Lola no tuvo reparos en formar parte de la oposición contra el tirano cuando las protestas se hicieron públicas. Finalmente, caído en desgracia Méndez, arrastrado por el derrumbamiento de Estrada Cabrera, y cuando ella ya había muerto, la sociedad la sepulta en el mayor de los olvidos.

Reflexiones finales

Ciertamente, los provocadores escritos y el activismo de Lola Montenegro sorprenden, no solamente porque no hay otra escritora de la época que se manifestara como ella lo hizo, sino por su gallardía y por su arrojo, por sus estimulantes denuncias y por su infalible coherencia.

La posición que adoptan sus acentos interiores en temas como el presente y futuro de Guatemala y la definición de la sociedad guatemalteca resuenan hoy con renovada vigencia. No hay duda de que siguen librándose cada día batallas como las que ella libró valientemente, en medio de derrotas cotidianas y recurrentes, sin cejar en la propuesta de su utopía: la conformación de una sociedad fortalecida en sus valores. Su legado es muy sugerente: propone un camino que se ancla en la virtud, en contra de las apariencias; propone la práctica de la virtud en su significado real.

Los aportes de una poeta tan particularmente inspiradora entre las precursoras de la literatura femenina guatemalteca son decididamente fuente de reflexión sobre el invaluable papel de la mujer en la evolución de la sociedad hacia estadios más humanos y felices, y marcan pautas para enfrentar la realidad más allá los imaginarios que la aprisionan y deforman.

Es importante recuperar su legado, tan lleno de mensajes poderosos, para comprender los alcances y la riqueza de la producción poética de las precursoras de la literatura femenina en Guatemala. Aquellas escritoras transitaron por caminos difíciles, pero abrieron brecha a las nuevas generaciones, quienes merecen conocerlas.

Referencias

Herrera, G. (2011). Lola Romántica. LibrosEn Red.

Miranda, A. (2005). Una odisea centroamericana. Recuperado de https://docplayer.es/15283045-Una-odisea-centroamericana-1861-1937.html

Montenegro de Méndez, D. (1895). Versos. Tipografía Nacional.

Montenegro de Torrens, D. (1887). Flores y espinas. Imprenta F. Silva.

Montenegro, D. (2011). Antología de Lola Montenegro. Tipografía Nacional.






































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