Un cristiano comprometido con la libertad: Edmund Opitz
(1914-2006)


A Christian Committed to Freedom: Edmund Opitz (1914-2006)

Carroll Rios de Rodríguez

Instituto Fe y Libertad

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Durante más de seis décadas, de 1946 hasta el 2014, una bella mansión de madera, localizada sobre una colina en Irvington, en Nueva York, sirvió de destino a una gran diversidad de personas amantes de la libertad. Allí se instaló la sede de uno de los primeros centros de investigación del mundo dedicados a la exploración de las ideas de la libertad, la Fundación para la Educación Económica (Foundation for Economic Education, FEE). REV

Curiosamente, el idílico pueblo de Irvington, o Irvington-on-Hudson, fue rebautizado así en 1854, y en ese momento, la oficina de correos mudó su rótulo de Dearman a Irvington (Irvington Historical Society). Unos residentes convencieron a las autoridades de renombrar la villa para honrar al autor de los cuentos La leyenda de Sleepy Hollow y Rip van Winkle (1819), Washington Irving, cuya casa, Sunny Side, se encuentra entre Irvington y Tarry Town (Hodara, 2018).

«Si alguna vez deseara retirarme del mundo y todas sus tentaciones buscando el solaz de los lugares más encantadoramente apacibles y gratos, no dudaría en dirigirme a este pequeño valle, pues ningún otro lugar conozco que tanta paz ofrezca», escribió Irving (1820) inspirado en estas tierras a orillas del río Hudson. Quienes frecuentaban la mansión de FEE disfrutaron de esta paz; durante sus retiros o seminarios, pusieron en pausa sus vidas para asimilar las ideas de la libertad. En 1955, cuando Edmund Opitz se sumó a la administración de FEE, los instructores de dichos seminarios incluían a verdaderas estrellas del movimiento liberal. Aportaban a los eventos el editor de la publicación de la organización, The Freeman, Paul Poirot1, y el secretario ejecutivo, W. M. Curtiss. Estaría también presente el economista F. A. Harper (apodado Baldy), la compiladora de la obra de Ludwig von Mises, Bettina Bien Greaves, y hasta el mismísimo Mises.

La lista incluiría por supuesto al formidable fundador del centro de investigación, Leonard Read (1898-1983), quien, pese a su humilde origen como granjero, llegó a ser autor de decenas de libros, ejecutivo de la Cámara de Comercio y empresario exitoso (Brandt, 2019). Boylan (2014), citando a dos autores distintos, Kim Phillips-Fein y a Brian Doherty, describe a Read como «un místico casi pacifista… un santo secular libertario zen que creía que la única forma de cambiar el mundo era a través de una autoeducación sin tregua».

Read se trazó como misión «revitalizar el espíritu de la libertad y la responsabilidad individual que estaba menguando tras la aprobación del New Deal [nuevo trato]» (Brandt, 2019). Lo poseyó un sentido de urgencia casi apostólico, propio de un converso. Y es que literalmente sufrió una conversión abrupta a las ideas de la libertad. Opitz (1998) nos relata cómo ocurrió: Read se reunió con unos empresarios californianos cuando era representante de la Cámara de Comercio, en 1933, e intentó convencerlos sobre las bondades de las políticas públicas del New Deal. Acto seguido, un elocuente empresario, W. C. Mullendore, desbarató sus débiles argumentos. Debido al New Deal, «el dinero es injustamente cobrado en impuestos a quienes lo ganaron, para ser otorgado a quienes cabildean por él. Y, tras efectuar estas transferencias, el gobierno mismo se vuelve rico y poderoso, mientras el país sufre una pérdida en productividad, y una erosión en la libertad individual» (Opitz en Sánchez, 1998). Mullendore persuadió a Read y se convirtió en su amigo. Tras su transformación ideológica, Read publicó un libro sobre la filosofía de la libertad, Romance of Reality [Romance de la realidad] (1937), y luego fundó el centro de investigación, FEE, desde el cual buscaba cambiar la marea (Brandt, 2019).

El principal mensaje que promovió FEE es que la libertad personal consiste en que las personas pueden hacer todo aquello que sea pacífico y que no dañe el idéntico derecho a la libertad de los demás. Read promovió una visión del hombre íntegro, que se sustenta a sí mismo y que respeta ciertas tradiciones religiosas y cívicas (Boylan, 2014).

Narra Greaves que, cuando se aproximaba el final de un discurso, Read solía pedir que apagaran las luces. Lógicamente, el público enfocaba su vista en un pequeño foco eléctrico que él, dramáticamente, iluminaba, mientras exclamaba, «¡Ninguna cantidad de oscuridad puede extinguir esta pequeña luz!» (Sánchez, 2017). Seguramente Read y sus colegas sentían que sacar adelante al FEE equivalía a mantener encendido ese pequeño foco.

Objetivamente hablando, Read no era una solitaria luz. Con su carisma y liderazgo, encontró aliados en lugares poco probables. Como relata Opitz (1998), el recién converso contó con el apoyo de varios empresarios en California y hasta del reverendo James W. Fifield, a cargo de la iglesia congregacional que Read frecuentaba. Fifield también era crítico del New Deal.

El reverendo Opitz se convirtió en otro fiel compañero ideológico y amigo. Boylan (2014) relata que «a finales de los años cincuenta, FEE contrató a Edmund Opitz, previamente un líder de la Movilización Espiritual, un grupo basado en Los Ángeles que abogaba por los valores religiosos y capitalistas, para que discutiera asuntos religiosos en The Freeman». Read rozaba los sesenta años cuando le pidió a Opitz, de 41 años, que se uniera a la batalla (El Amigo de la Marro, 2006). Opitz terminó dedicando 37 años de su vida a dicha aventura (Edmund Opitz, Facebook). Nacido en Worcester, Massachusetts, Opitz se graduó en ciencias políticas y economía en Maryville College, Tennessee, en 1936, y luego obtuvo un doctorado en estudios teológicos de la escuela de religión Starr of King Pacific, en Berkeley, California (Opitz). Durante la II Guerra Mundial, sirvió en la Cruz Roja y, al retornar, vivió en Hingham, MA, donde fue pastor de una iglesia protestante por cuatro años.

Sus estudios de teología le permitieron comprender que «la economía, la política y la teología se implican mutuamente», explica David Keyston (1999). Tanto Read como Opitz consideraban que los valores y principios cristianos constituían la raíz de las ideas de la libertad. Una biografía de Opitz, publicada en el sitio del Mises Institute, afirma que Opitz hizo hincapié en la necesidad de anclar la sociedad libre en una «moralidad trascendente». Además de ser ministro congregacionalista, fue parte de la «Movilización Espiritual, una organización que publicó la revista Fe y Libertad, para la cual solían escribir Murray Rothbard y Henry Hazlitt. Era enviada a más de 20,000 ministros. Estando en FEE, empezó una pequeña organización llamada El Remanente, una asociación de ministros conservadores y libertarios» (Mises Institute).

Opitz escribió varios libros donde exploró la conexión entre libertad y religión. Cabe destacar tres: Religión y Capitalismo: Aliados, no Enemigos, publicado en 1970 por Arlington House; La teología libertaria de la libertad, de 1999; y Religión: Fundamento de la Sociedad Libre, que llegó a las librerías en 1996.

Un proyecto político cristiano, respetuoso de la persona

Edmund Opitz centró su atención en la confluencia del cristianismo, la fundación de Estados Unidos y las ideas de libertad personal. Él sostuvo en varios de sus textos que Estados Unidos es un país cristiano. «Somos una nación cristiana», afirma Opitz (1991). No una teocracia, sino una «sociedad religiosa», o una «comunidad cristiana y bíblica», que imprimió «un orden político secular» a sus raíces cristianas. Narra Opitz (2021) que el primer ministro de la iglesia de Boston, en 1630, proponía la creación de una teocracia al estilo del pueblo de Israel. A diferencia de los reyes engreídos de Egipto o Babilonia, los reyes judíos evitaron la vanagloria: «los profetas rápidamente hubieran puesto a tal rey en su lugar, y un resentimiento popular se hubiera elevado contra semejante inflación del orgullo humano» (Opitz, 2021). En el territorio de Palestina, la autoridad legal y política derivaba de la autoridad de Dios. Los judíos, y también los primeros cristianos, se esforzaron por crear sociedades regidas por los mandatos del Señor. Las leyes humanas codifican la ley divina. «Casi todos los hombres han aprendido esta ley, y también están profundamente comprometidos con la relación religiosa a Dios sobre la cual se basa», escribe Opitz (2021).

El reverendo sostiene que la convivencia pacífica requiere de un acuerdo respecto de aquello que constituye «justicia, honor y virtud. La fuente de la cual una sociedad deriva su entendimiento de estos asuntos es su religión» (Opitz, 1981). Así, la cultura en la China debe su esencia al confucianismo, la sociedad de la India al hinduismo, y el mundo islámico a la prédica de Mohamed. La cultura occidental, incluidos los Estados Unidos, se nutre de una tradición judeocristiana.

Pese a sus raíces teológicas, Estados Unidos no forjó una teocracia como la iraní, aclara el reverendo. En Irán, una rama del gobierno obligó a la población a practicar una versión chiita de la religión, prohibió otras prácticas y castigó a disidentes. «El gobierno de Irán no es neutro con relación a la religión», subraya Opitz (1991). El proyecto de nación de Estados Unidos es profundamente cristiano, pero deja a los ciudadanos en libertad para practicar su fe de la forma en que mejor considere.

El gobierno se estructuró a partir de la visión occidental de la naturaleza humana. Cada vida es sagrada.

Para dimensionar correctamente el sentido que los primeros colonos dieron al proyecto político estadounidense es preciso recordar que «nuestra comprensión sobre la naturaleza humana y su destino, sobre el propósito de las vidas individuales, nuestras convicciones sobre lo que está bien y lo que está mal, nuestras normas, emergen de la religión de la cristiandad —no del budismo, confucianismo ni de un animismo primitivo—» (Opitz, 1991).

Algunos autores, como por ejemplo el político demócrata y progresista, Nicholas Rathod (2008), objeta fuertemente a esta interpretación, considerándola un invento del movimiento conservador contemporáneo. Escribe: «Esta noción —que las raíces del país son explícitamente cristianas— es tanto tonta como errada, porque devalúa la fe cristiana y falta el respeto al genio de los padres fundadores. El cristianismo no requiere ser endosado por ley o por una fantasiosa reinterpretación de la constitución para tener significado en las vidas de las personas» Para respaldar su afirmación, Rathod menciona que solo uno de los 56 padres fundadores era clérigo, y que James Madison no quería que las autoridades rezaran previo a empezar las sesiones del congreso.

Rathod desvía el argumento. No se trata de los beneficios o daños causados por la política a las comunidades religiosas, sino de las ideas torales que inspiraron a las personas que decidieron las reglas para la incipiente república. Como buen estudioso de la historia, Edmund Opitz sabía que muchos de los padres fundadores de Estados Unidos no estaban comprometidos con su religión. Sabría que George Washington era anglicano, John Adams era unitario, Alexander Hamilton era descendiente de un hugonote francés y cristiano activo, y que James Madison era presbiteriano. Ciertamente, Opitz sabía que Jefferson se consideraba a sí mismo deísta. Varios de los padres fundadores cuestionaron algunas creencias en algún momento; se recuerda a Jefferson y a Benjamin Franklin como abiertamente escépticos. Franklin tenía dudas sobre la naturaleza divina de Jesucristo, por ejemplo. Sin embargo, pese a su reputación como un hombre de la Ilustración, Franklin intervino en las discusiones, durante los primeros meses de la convención constitucional, en pro de colocar a Dios a la cabeza del proyecto político: «¡He vivido, señor, largo tiempo; y entre más vivo, más convincentes son las pruebas que veo de esta Verdad, que Dios gobierna en los asuntos de los Hombres!» (Kidd, 2017).

Supongamos que los padres fundadores fueron grandes pecadores, o cristianos únicamente de nombre. Aun así, ellos concebían la realidad social desde una óptica cristiana. En consecuencia, en la mente de Thomas Jefferson, la sacralidad de la vida humana debía ser resguardada por un sistema legal. Jefferson proclamó, por ende, una «igual y exacta justicia a todos los hombres, de cualquier estado o persuasión», nos recuerda Opitz en un discurso dictado en la Universidad de Hillsdale en 1973 (Opitz, 1973). Opitz respalda su postura citando al revolucionario Thomas Paine, autor de La edad de la razón (1794), usualmente etiquetado como ateo. En un ensayo publicado en 1775, Pensamientos sobre la Guerra Defensiva, Paine escribió que los hombres carecían de libertad, pues «hasta la venida de Cristo no había tal cosa como libertad política en ninguna parte del mundo…» (citado por Opitz, 1996, p. 14). Cita en un sentido similar a Edward Gibbon (1737-1794), el historiador inglés experto en el imperio romano y crítico de la religión, así como al periodista y satirista H. L. Mencken (1880-1956). Mencken cobró fama por su aversión al teísmo, a la religión organizada y a la democracia. En su ensayo Igualdad ante la ley (1926), Mencken afirmó que

de todas las ideas asociadas con el concepto general del gobierno democrático, la más antigua y quizás la más correcta es la de igualdad ante la ley. Su relación con el esquema de la ética cristiana es demasiado obvia para requerir mención. Se remonta… a la temprana noción cristiana de la igualdad ante Dios. (citado por Opitz, 1996, p. 15)

El reverendo resume sus ideas así:

La búsqueda de libertad del hombre Occidental, tal y como se exhibe periódicamente durante los últimos veinte años, no es una característica del hombre como tal. Es un rasgo cultural, inspirado filosófica y religiosamente. La visión religiosa básica de Occidente considera al planeta Tierra como una creación de un buen Dios que dota al hombre de alma, y le hace responsable por su ordenamiento adecuado; lo pone sobre la tierra como una especie de compañero menor, con dominio sobre la tierra; lo exhorta a ser fructífero, y a multiplicarse; le ordena trabajar; lo convierte en guardián de los escasos recursos terrenales; lo hace responsable de su uso económico; y hace del robo algo malo, porque la propiedad es buena. Cuando esta visión llega a prevalecer, se colocan los cimientos para una comunidad libre y próspera tal y como aspiramos en este continente. (Opitz, 1996, p. 15)

La naturaleza humana y la libertad

Los seres humanos, nazcamos donde nazcamos, podemos encontrar en nuestro interior el conocimiento «sólido» de que nos corresponde un lugar en la Tierra, opina Opitz (1981/2021). Autores como el filósofo inglés Antonio M. Ludovici, prosigue Opitz, nos lo recuerdan. En Man: An Indictment [Hombre: Una acusación] (1927), Ludovici señala que las personas poseemos la «sana sensación» o la profunda autoconciencia de que estamos vivos, y que algo nos une a otros seres vivos. Lo que es más, intuimos que como «la margarita o el antílope», somos incapaces de subsistir autónomamente. Tampoco podemos obviar «el poder que encierra aquel misterio oscuro» (citado por Opitz, 2021). En otras palabras, nuestra comprensión del mundo es eminentemente religiosa.

La ley y las demás personas deben proteger la vida humana revestida de sacralidad. El corto tiempo que las personas pasamos en la Tierra es un tiempo de purificación, pues viviremos para siempre. Si tomamos las decisiones correctas, pasaremos a gozar de la presencia de Dios eternamente. Resulta imposible ganarnos el Cielo si carecemos de libertad y responsabilidad por nuestros actos (Opitz, 1991). La libertad personal es un «precioso sub-producto [sic] de la condición» terrenal y humana, sostiene el reverendo (2009). Opitz afirma que los fundadores contemplaron la libertad como un «imperativo religioso»:

Nuestros antepasados, de hace dos siglos, pensaban que la libertad humana era un imperativo religioso. Les encantaba citar tales textos bíblicos como: «Donde está el espíritu del Señor, allí está la libertad» (2 Cor. 3:17) y «proclama la libertad por toda la tierra a todos sus habitantes» (Lev. 25:10). Lucharon por la libertad de culto; pelearon por el derecho a expresar sus opiniones, y por la libertad de prensa para trasmitir sus convicciones de manera escrita. Ellos también tenían convicciones firmes respecto de la propiedad privada. El dicho popular en su era fue «¡Vida, Libertad y Propiedad!». (Opitz, 1991)

Opitz define la libertad como algo más que la mera ausencia de coacción, siguiendo la famosa definición de Friedrich A. Hayek. «Empezamos a ver la libertad como el reconcomiendo de ciertos tipos de restricciones o coerciones. Hacia adentro, el hombre es libre cuando se autodetermina y se controla a sí mismo. Externamente, el hombre es libre en sociedad —disfruta de libertad política— cuando los límites que acepta a sus propias acciones no son mayores que las necesarias para que se satisfagan los requerimientos de todos los demás individuos a una libertad similar» (Opitz, 1962b). Es decir, su concepto de libertad comprende una dimensión trascendente, y está convencido de que los padres fundadores de Estados Unidos pensaban de forma parecida.

Mediante la razón, las personas podemos aprehender nuestra relación con Dios, el mundo creado y los demás hombres. Los seres humanos que integran un conglomerado social influyen sobre las características y la cultura de dicha comunidad. Es posible diferenciar la cultura estadounidense de la japonesa y de la guatemalteca. No obstante, Edmund Opitz cree que todos los seres humanos poseemos ciertas características en común. Identifica cuatro puntos universales en concreto: libertad, propiedad, justicia y actividad económica.

Todas las personas poseen un instinto para «ser libres para perseguir sus metas personales» (Opitz, 1996, p. 36). Lamentablemente, la mayoría de las personas en la historia de la humanidad no gozaron de esta libertad, y vivieron como siervos y hasta esclavos. El instinto por la libertad personal solamente fue «plenamente institucionalizado» una vez en la historia, «en la teoría y la práctica de la filosofía Whig y del Liberalismo Clásico» (Opitz, 1996, p. 37).

En segundo lugar, todos tenemos necesidad de poseer ciertos bienes en propiedad. «Cada uno de nosotros desarrolla una relación de propiedad con cosas en nuestro entorno mucho antes de que evolucionáramos una teoría sobre la propiedad», escribe (Opitz, 1996, p. 37). Desafortunadamente, también algunos sienten el impulso de apropiarse bienes ajenos, mediante el robo o el expolio legalizado. Esta inmoral tendencia obliga a la comunidad a aplicar castigos al ladrón y a declarar la propiedad privada como un derecho inviolable.

En tercer lugar, desde el principio de la humanidad, los seres humanos tienen un sentido de justicia: saben si son traicionados, defraudados o maltratados. Somos capaces de razonar la moral. «Desde que podemos rastrear la historia del hombre, lo encontramos esbozando distinciones éticas, empleando categorías de bien y de mal» (Opitz, 1996, p. 39). La sociedad sufre cuando predomina el relativismo moral, debido a una falta de identificación de ciertos estándares morales. «En cualquier caso, esta ley moral está anclada en algo más profundo y fundamental que los sentimientos privados, la opinión mayoritaria, los dictámenes partidistas, o el deseo de un déspota. La ley moral es una faceta importante de la naturaleza de las cosas, y compromete a todos los hombres y las mujeres» (Opitz, 1996, p. 41).

Finalmente, por supervivencia, los hombres aprenden a trabajar y a cooperar unos con otros. «Virtualmente no existen tribus tan primitivas, ni colectivismos tan totalitarios, que eviten que las personas se involucren en intercambios voluntarios para beneficio mutuo. Pero solo muy rara vez el mercado logró ser institucionalizado como la economía de mercado, esa cosa que llamamos capitalismo» (Opitz, 1996, p. 42). Existen mercados con distintos regímenes políticos, pero la economía de mercados se institucionaliza únicamente en significativas condiciones, como las siguientes: las personas deben tener fe en la razón y la verdad, deben creer en el libre albedrío, deben estar comprometidos con un sentido del derecho, deben enarbolar convicciones respecto del orden moral y deben promover una filosofía sólida respecto de la naturaleza humana y su destino (Opitz, 1975).

Opitz añora un orden social consonante con la naturaleza humana, en el cual cada ser humano puede florecer. Añora un verdadero Estado de derecho. Así lo explica al señor Bennett en un famoso intercambio de 1953. Bennett aduce que el cristianismo no pone restricciones al poder gubernamental, pero Opitz le aclara que «el negocio de la sociedad es paz; el negocio del gobierno es violencia. Entonces, la pregunta es: ¿qué servicio rinde la violencia a la paz? La respuesta libertaria es que la violencia puede servir la paz solo si restringe a quienes rompen con la paz» (Opitz, 1953).

A pesar de que existe un orden y un patrón en el mundo, los seres humanos no estamos predeterminados. «Al no estar encadenado a un patrón de comportamiento», las personas tienen que conocerse a fondo y esculpirse, con la ayuda de los demás, y dentro de un conjunto de reglas que resguardan los derechos inherentes a la libertad, la vida y la propiedad.

Rechazo al materialismo

El liberalismo clásico que suscribe Opitz dista mucho de ser una filosofía materialista, precisamente por su fundamento cristiano. En su discurso en Hillsdale, Edmund Opitz (1973) explora la alternativa:

Pero supongamos que el ser humano no es un ser creado. Supongamos que el ser humano no es una persona, sino una cosa. Si el universo simplemente es un hecho bruto, sin mente y sin significado, reducible en última instancia a materia y movimiento, entonces el hombre es una cosa como cualquier otro artefacto…Supongamos que asumimos, como lo hacen muchos de nuestros contemporáneos, que el ser humano es un producto fortuito de los movimientos al azar de las partículas de materia.

Una vez nos embarcamos en esta vena de pensamiento, desembocamos en posturas materialistas, y terminamos objetivizando al hombre. Y entonces, el Estado puede considerarnos como peones o cosas manipulables. Puede practicar la ingeniería social y genética. El materialismo provee el fundamento para los regímenes totalitarios.

En una Conferencia sobre la Libertad Leonard Read, Opitz expresó la sensación de ser testigo de una batalla entre los materialistas y los no-materialistas durante el siglo XX. «Dos visiones del mundo están en conflicto, el materialismo, sin sustancia intelectual, pero de adhesión apasionada, versus el no-materialismo, que provoca solo una devoción tibia a pesar de sus fortalezas intelectuales y morales» (Opitz, 1985).

Además de la materia, prosigue Opitz, existen la razón y el pensamiento. Gracias a esa dimensión no material, espiritual o mental, damos sentido a nuestras existencias y podemos estudiar el mundo material. Al negar la dimensión espiritual y moral, inevitablemente caemos en el relativismo moral y perdemos respeto por la integridad de la vida humana.

Un filósofo político que promovió la mentalidad materialista fue Karl Marx. Marx y otros autores popularizaron la concepción del universo como basado en «un mecanismo, un inmenso e intricado juego de relojería, con cada engranaje y diente entrelazado con los demás, en un sistema autocontenido», escribe el reverendo Opitz (1985). «Karl Marx adoptó la creencia que solo la materia es genuinamente real, y ello dio a su doctrina un impulso enorme. La versión marxista de dicha teoría se llama materialismo dialéctico, y el materialismo dialéctico es la religión más difundida hoy» (Opitz, 1985).

En su libro Religión: el fundamento de una sociedad libre, Opitz reitera esta idea:

Mientras la religión se encuentra sobre terreno movedizo en la era moderna, la filosofía del materialismo ha cobrado ascendencia casi en todas partes. Es la típica fe en el laboratorio y el mercado. La ciencia adquiere un mágico resplandor… aparentemente, hace entrega de lo que la religión únicamente prometió… la ciencia adquiere un significado mesiánico en lo que Karl Marx nombró su «socialismo científico», y la filosofía del materialismo dialéctico sobre el cual se basa el comunismo rigurosamente excluye a Dios y considera la religión como enemiga. (Opitz, 1996, p. 98)

En la práctica, el comunismo de inspiración marxista se propone crear un «hombre nuevo, independiente de las viejas ataduras que unían al hombre a la familia, la patria y a Dios». A juicio de Opitz, estos nuevos hombres se convierten en monstruos (Opitz, 1962).

Las ideas son reales, insiste Opitz. Y una idea clave es la sacralidad de la vida. Los humanos no somos Dios, ni nos hicimos a nosotros mismos. Sin embargo, somos libres de reconocer o negar a Dios y las leyes del derecho natural (Opitz, 1985). En conclusión, para el reverendo no hay fundamento más sólido para la sociedad de personas libres que el reconocimiento de la existencia de Dios. A su juicio, es imposible montar una defensa de la sociedad libre desde un enfoque meramente materialista, ni señalando su utilidad o eficiencia, porque lo que hace meritoria a la economía libre son sus fundamentos éticos y jurídicos (Opitz, 1996, p. 212). Tampoco se puede defender la sociedad libre sobre la base de diversos códigos morales seculares, porque ellos son diversos e incluso contradictorios. El cristianismo, en cambio, dotó a Occidente de un consenso ético, que es, en adición, un consenso superior al que prevaleció en otras sociedades en la antigüedad (Opitz, 1993).

En estas frases, Opitz deja entrever el debate que se libraba entre miembros del movimiento libertario. Su defensa cristiana del capitalismo quizás resultaba desagradable a los seguidores del objetivismo filosófico de Ayn Rand, quien afirmó siempre su ateísmo. Mientras Murray Rothbard y Ralph Raico, entre otros, manifestaban tendencias casi anarquistas, Opitz pensaba que era un error citar a los padres fundadores como adeptos a las «herejías anarquistas», para parafrasear a Brian Doherty (2008). La fusión entre el tradicionalismo, el cristianismo y el liberalismo clásico fue importante durante décadas para el movimiento libertario estadounidense, sobre todo mientras se cernía sobre el mundo la amenaza del comunismo. Algunos libertarios sentirían que el cristianismo y el tradicionalismo retrasaban el avance de las ideas. Para Opitz, en contraste, la alianza no solo era coherente, sino necesaria: el pastor protestante era incapaz de separar sus creencias religiosas de sus creencias liberales. El debate no se ha extinguido y hoy existen muchos autores que intentan renegar del conservadurismo y construir defensas del mercado libre con argumentos cientifistas, anarquistas, seculares, ateos o agnósticos, y hasta progresistas.

El bicentenario de la independencia a la luz de los escritos de Opitz

Durante el año 2021, Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Panamá y Perú celebraron el bicentenario de la declaración de su independencia de la corona española. Los próceres de estas naciones independientes se inspiraron, en parte, en la revolución americana de 1776, que culminó en la fundación de la república federal de los Estados Unidos, y en la revolución francesa de 1789. El Acta de Independencia de Centroamérica no invoca, sin embargo, la libertad personal. Abunda la literatura que contrasta las experiencias de conquista y colonización de América del Norte e Hispanoamérica. A pesar de las diferencias en el tiempo, en los procesos y en la cultura, los protagonistas de la historia tanto en el norte como en el centro y sur de América estaban imbuidos de una cosmovisión «occidental» que recogía aprendizajes de la Antigua Grecia y Roma, el judaísmo, y el cristianismo (Gregg, 2020).

Edmund Opitz centró su análisis en la historia de Estados Unidos. Pero, a su entender, la experiencia de sus antepasados, quienes lograron combinar una ética cristiana con un sistema político y económico libre, no era exclusiva a su país. Muchos otros países son herederos de la cultura occidental y del cristianismo. Todas las personas, sin importar dónde nacieron, tienen grabado en su ser ese impulso universal (y natural) a la libertad, la propiedad, la justicia y a la cooperación social y pacífica. Tanto las ideas de la libertad como las reglas sociales que inspiraron pueden ser aprehendidas en una gran diversidad de idiomas, por personas inmersos en diversas culturas, y son replicables.

Dar a conocer los escritos de Edmund Opitz a un público latinoamericano constituye un primer paso para difundir esta radical defensa de la libertad a nuevos públicos. Opitz nos invita a formular preguntas corolarias, como las siguientes: ¿Existe en nuestros países una conciencia tan clara como la de Opitz sobre los peligros de las filosofías materialistas? ¿Cómo hacemos frente a otras ideas de la modernidad que retan tanto los fundamentos religiosos como los fundamentos económicos de la sociedad libre? ¿Quiénes han sido los defensores de la amistad entre la religión católica, la religión oficial de las colonias españolas, y la libertad de mercado? ¿Cómo podemos popularizar e institucionalizar este ideario en los distintos países de América Latina?

Referencias

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Brandt, T. (2019). «10 Things You Might Not Know about FEE Founder Leonard Read» [10 cosas que quizás no sepas sobre el fundador de FEE, Leonard Read]». FEE Stories, 26 de septiembre, 2019, recuperado de https://fee.org/articles/10-things-you-might-not-know-about-fee-founder-leonard-read/

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Hodara, S. (2018). Irvington, N.Y.: A Walkable Village With Striking Manhattan Views [Irvington, N.Y.: Un pueblo transitable con impresionantes vistas de Manhattan]. The New York Times. https://www.nytimes.com/2018/08/01/realestate/irvington-ny-a-walkable-village-with-striking-manhattan-views.html

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Derechos de Autor (c) 2021 Carroll Rios de Rodríguez

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1 Vea la foto del personal directivo de FEE en 1955 incluida en la página de Facebook dedicada a la memoria de Edmund Opitz.